PADEL: TAMBIEN UN FENOMENO SOCIOLOGICO
Esta tarde me regalé un partido de pádel. El confinamiento y las restricciones de los últimos meses no han hecho sino aumentar mi predisposición, bastante innata ya de por sí, a trabajar y estudiar. Pero hoy prescindí de expedientes antiguos que repasar, escritos impulsando procedimientos con la esperanza de que los Juzgados los agilicen, meterme a fondo con dos o tres asuntos pendientes, preparar los próximos exámenes de Criminología o leer la multitud de artículos jurídicos en cola que aumentan en progresión infinita gracias a la invasión tecnológica obligada en la que estamos inmersos. También prescindí de la llamada, persistente y permanente en mi vida, de la literatura y coger una buena novela para perderme en sus letras.
Pero si escribo estas letras no es por deleitarme en los buenos puntos por parte de ambas parejas, ni en la maravillosa luz de la tarde malagueña, ni en el buen ambiente que se vive en este deporte, ni en lo a gusto que me he quedado después del partido. Lo que me ha llevado a escribir en estos momentos es dejar en negro sobre blanco cómo se puede poner de relieve en un simple y amigable partido de pádel la distinta condición humana según la sangre que corre por nuestras venas, nuestros ancestros, cultura y costumbres.
Sin duda el ser humano es único como tal y como especie tenemos unas características comunes. No soy experta ni tengo conocimientos suficientes para disertar sobre materias propias de la antropología, la sociología o la psicología, pero sí me ha gustado siempre constatar y poner de relieve hechos y situaciones varias, en este caso y afortunadamente, sólo como simple anécdota curiosa en un rato de divertimento. Durante todo el partido no sólo había dos parejas jugando al pádel. Había dos formas de jugar y no me refiero a la técnica. En la mitad del campo frente a mí siempre ha habido silencio, pase de bolas discreto y a un buen punto una mano levantada con el gesto propio de aprobación. Eso como mucho. En la mitad de mi campo a un buen punto seguían exclamaciones tales como “bien”, “qué pasada”, “menudo punto”, “bravo” y otras similares, entrechocar de palas o un pedazo de sonrisa.
Cuando ha terminado el partido y después de darnos las gracias por tan buen rato, me he permitido preguntarle a estos chicos de dónde eran. Hoy en día nos encontramos en un mundo globalizado y en la Costa del Sol convivimos con personas de muchos y diferentes países. Pues bien, uno era de Nueva Zelanda. El otro de aquí aunque su padre (y su propio físico por descontado) inglés. Sólo decir que mi pareja del partido es argentino y yo española. No sé si lo he hecho por simple curiosidad o por obtener alguna justificación a tanta algarabía montada en un lado del campo frente al silencio que emanaba del otro.