sábado, 23 de abril de 2022

 


EL ITALIANO

 Arturo Pérez-Reverte


Cada cual tiene sus filias y sus fobias. En los grupos también se da, a veces casi por unanimidad. Es el caso de Arturo Pérez-Reverte y nuestro círculo de lectoras. Con “a” porque aunque serían bienvenidos, los ejemplares de género masculino brillan por su ausencia.

          He dicho unanimidad. Cierto. No obstante este consenso está sujeto a gradación, lo que se demuestra en el tiempo que tarda cada una en adquirir la nueva novela del escritor. Puedo asegurar que alguna ya la tenía a la media hora de estar a la venta. He de reconocer que yo tardé un poco más.

           El título ya de por sí es cautivador. Todo lo italiano lo es en esa especie de atracción atávica entre unos y otros que tenemos los pueblos latinos. No puede obviarse la foto: un Adán saliendo del agua entre la bruma marina cargado de instrumentos naúticos algo chocantes hoy en día promete, antes de empezar la lectura, buenos ratos de aventuras. Aunque sean de otros. A fin de cuentas las hacemos nuestras.

        Pero las dudas sobre el puesto que esta novela iba a ocupar en mi lista de “pendientes”, larga y maravillosa lista que me da una razón más para seguir viviendo, la disipó de un plumazo mi tío, quien unos días antes de la publicación oficial y por supuesto siendo imposible habérsela leído, me resumió el fondo histórico que sirve de base a la novela. Mi tío nació el mismo año que el autor, también navega aunque en un barco algo más pequeño, corre por sus venas sangre del sur del levante y como muchos hijos del final de la posguerra española, mejores o peores estudiantes, tuvo una formación preuniversitaria que ya quisieran hoy muchos doctorandos. Y yo misma.

          Y así me habló de cómo durante la Segunda Guerra Mundial los italianos tenían fama de cobardes y poco aguerridos, de ser acólitos  de los alemanes, de escaquearse en numerosas ocasiones y dejar la bravura para otras nacionalidades. También me habló de que, en contraste a todo lo que se decía de los italianos, hubo un grupo de buzos asentados en la bahía de Algeciras que, a bordo de sus “maiales” se dedicaron a torpedear, hundir y dañar barcos aliados anclados en la amplia ensenada o incluso dentro del puerto de Gibraltar.

         La base histórica era prometedora, así que mis preferencias hicieron sitio a “El Italiano”. De este modo me sumergí en una apasionante novela, contada desde una doble óptica: por un lado el autor viaja a lugares como Nápoles, Marbella o Venecia, en los que se encuentra con protagonistas directos o indirectos de los sucesos de aquellos años y que van aportando información objetiva pero sobre todo personal e íntima; por otra parte, y con mayor extensión, se relatan esos sucesos comenzando con la salvación por parte de la protagonista, de uno de esos buzos italianos, desvanecido en la arena en la playa de Puente Mayorga.


Nos encontramos con unos soldados de naturaleza extraordinaria, dedicados prácticamente en exclusividad a la vida militar que, armados de bravura se montaban, literalmente, a bordo de torpedos tripulados con cabezas explosivas y una tecnología que, sin duda avanzada para su época, hoy nos parecería de lo más básico, desplazándose por el fondo marino esquivando cargas submarinas para alcanzar el objetivo y retirarse rápidamente antes de la explosión programada.

Pero también nos topamos con la vida cotidiana en tiempo de guerra, y qué guerra. El Campo de Gibraltar en su más amplia acepción nos ofrece un paseo por las rutinas diarias de sus gentes en relación con la historia relatada, las conexiones que siempre han existido entre esa Línea que separa lo español de lo británico, el trueque de servicios y bienes y por qué no de secretos, la estricta vida militar y el carácter tan inglés del Peñón, que pareciera que nunca pueda ser español. Todo ello adornado elegante y solapadamente con alusiones veladas a la cultura griega, sus mitos y dioses y sus odiseas. No podía ser menos, dada la formación clásica del autor.

Naturalmente la aventura no podía terminar así. Viviendo tan cerca, obligatorio era pasearse por los mismos parajes que fueron testigos de la historia de Tesseo Lombardi y Elena Arbúes. Así que un sábado de enero, algo ventoso pero despejado, nos presentamos en la frontera española y adentrándonos en la roca, paseamos por las mismas calles buscando la librería “Line Wall” en la que Elena Arbúes colabora con Gogovich reorganizando y clasificando los libros y desde cuya terraza observa los buques fondeados para transmitir la información a Tesseo. Logramos hacernos con una conocida que nos hizo de guía y nos llevó paseando por la playa en la que Tesseo se apareció cual Ulises, descubrimos el solar que antaño ocupó el Hotel Príncipe Alfonso, tratamos de identificar “Villa Carmela” y el camino que hacía Elena en bicicleta desde su casa hasta la librería. Llegando a la Calle Real dado que el antiguo Café Anglo-Hispano ya no existe, emulamos las tertulias de los personajes literarios en el café Modelo, pasando por el Círculo Mercantil con foto incluida y los Tejidos “La Escocesa” que se anuncia “desde 1932”.


 En los años setenta viví durante dos años frente a la bahía de Algeciras. Cada mañana el Peñón aparecía al fondo con su singular silueta poniendo un punto final geográfico a la amplia ensenada antes de abrirse al ocaso occidental del Mediterráneo. En la inocencia de la infancia ya me parecía dotada de un halo mágico que se hacía más intenso en los días de fuerte levante. “El Italiano”, a través de la literatura, nos sumerge de lleno en la magia de esta pequeña parte del mundo.  



sábado, 2 de abril de 2022

 

SINSENTIDO 

Ayer llegué tarde a comer a casa, lo cual no es una novedad. La televisión en mi casa está prácticamente de adorno y desde hace unos meses me prometo todos los días no poner ni un solo telediario. Las noticias son esas con las que nos quieren seguir sometiendo a la vida y régimen de ese siniestro estamento privilegiado. Pero ya se sabe que las promesas no siempre se cumplen, al menos a rajatabla, así que sí, ayer la incumplí y dándole marcha atrás al canal elegido, a fin de cuentas todos son igual de moralmente deprimentes, inicié el tardío almuerzo con el parte, palabra que escuchaba de mis padres y abuelas y que parece mentira que, aderezado por las modernidades actuales, tengamos todavía que tolerar.

        La primera noticia eran las largas colas para echar gasolina. El gobierno de España, en un alarde de generosidad, ha concedido a los consumidores la dádiva de veinte céntimos por litro de gasolina. Me sale solo cantar “qué buenos son los padres escolapios, que buenos son que nos llevan de excursión …” Ante tamaño regalo las masas han acudido a llenar los depósitos de esas máquinas que tanto nos facilitan la vida, como si no hubiera un mañana. Dado que el obsequio se concede por esplendidez de sus mercedes, los empresarios de las gasolineras no saben a ciencia cierta si el regalo al final será donado por ellos mismos. Incluso alguna ha tenido que cerrar porque no puede asumir el coste que le supone. Me pregunto si no sería más conveniente otro tipo de respuesta frente a un caramelo envenenado.

     Después vienen las colas del hambre, motivadas sobre todo, aunque entre otras razones, por la inflación. Los precios no suben de forma progresiva ni proporcional sino exponencial mientras los simples mortales seguimos ganando lo mismo, incluso menos, que antes de la pandemia. La casta no. Sin embargo los locutores, informadores, corresponsales de los informativos adheridos al sistema ni siquiera mencionan la ridiculez que supone la declaración de una señora que con setecientos euros tiene que mantener, y digo mantener que no sólo alimentar que ya es difícil, a cinco de familia, en tanto que a cualquier miembro integrante del linaje dominante se le paga esa cantidad a costa del dinero público por una de esas llamadas comidas de trabajo. ¡Qué bonito eufemismo! 

         A continuación el congreso del PP. Todos tan arregladitos y formales, tan contentos de conocerse. Hoteles, comidas, viajes, transporte, imagino que dietas por ¿trabajar? en fin de semana. A costa de los impuestos sobre el ciudadano cuyo sueldo medio oscila según informaciones de las redes en unos mil novecientos euros. El que llegue. Me pregunto por qué no se lo pagan ellos ya que es su congreso, no el mío. Me dirá cualquier político que su trabajo es importante para colaborar en la buena marcha del país. Además de lo dudoso de la afirmación, el mío también lo es para contribuir a un sistema judicial y jurídico estable y que pretende ser justo. Y los congresos me los pago yo de mi bolsillo, no el erario público.

          En medio de estas gratas noticias que alteran la conciencia y el espíritu al más sereno y como es prácticamente imposible eludir por completo la participación en el sistema consumista extremo impuesto desde hace varias décadas y que también ha crecido exponencialmente, me he visto obligada a adquirir una de esas mercancías que por lo visto se venden como rosquillas a pesar de su precio. No es para mí sino para mi hija. Suelo usar la expresión tan gráfica de que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Creo que se me quedó de cuando muy pequeña y el tiempo era infinito veía alguna zarzuela en la televisión, porque me enteré que viene de “La verbena de la Paloma”. Pregúntale a un niño de hoy qué es una zarzuela. Pero me descentro del tema. Sí, las ciencias avanzan y no voy a negar las facilidades que nos han proporcionado: desde pedir cita médica hasta buscar una sentencia sin moverte de tu silla. Pues ahora en la Universidad es por lo visto muy conveniente tener una tablet acompañada de sus correspondientes accesorios. Nada de escribir de bólido sobre folios en blanco y luego si quieres los pasas a limpio. Qué va. Te queda la opción de llevar el portátil pero parece que eso pasó a mejor vida. La tablet. Como las ciencias avanzan hay que avanzar con ellas o te quedas atrás. Hasta ahí aceptable. Lo sorprendente es por una parte que no hay, es decir, que tienes que hacer cola para adquirir una y cuando llega un porte se acaba en un día; y por otro lado, ese adminículo tan útil y necesario tiene un precio de lujo y hablo de la más barata. Naturalmente la tablet no puede usarse adecuadamente sin un teclado y un bolígrafo especial que también tienen un precio desorbitado. Pero hay algo más sorprendente aun: se venden. Todas. Sin solución de continuidad.

         De esta forma nos encontramos ante un sinsentido insalvable: mucha gente hace cola para ahorrar ¿dos? ¿tres? ¿cuatro? euros al echar gasolina pero mucha de esa gente se gasta de seiscientos a mil euros en una tablet normalita. Alguna gente hace cola para pedir comida o pedir una ayuda al Estado pero ese mismo Estado fomenta la venta de objetos como esa tablet a precios desorbitados. Los políticos se reúnen tan contentos en un congreso y todos tendrán no una sino supongo que varias tablets o similares pagadas con el dinero público.

        Imagino que de eso se trata cuando se habla de “la decadencia de occidente”. Además de parecerme una inmoralidad, por mucho que me esfuerzo no consigo comprenderlo.