EL ITALIANO
Arturo Pérez-Reverte
Cada cual tiene sus filias y sus fobias. En los grupos también se da, a veces casi por unanimidad. Es el caso de Arturo Pérez-Reverte y nuestro círculo de lectoras. Con “a” porque aunque serían bienvenidos, los ejemplares de género masculino brillan por su ausencia.
He dicho unanimidad. Cierto. No obstante este consenso está sujeto a gradación, lo que se demuestra en el tiempo que tarda cada una en adquirir la nueva novela del escritor. Puedo asegurar que alguna ya la tenía a la media hora de estar a la venta. He de reconocer que yo tardé un poco más.
El título ya de por sí es cautivador. Todo lo italiano lo es en esa especie de atracción atávica entre unos y otros que tenemos los pueblos latinos. No puede obviarse la foto: un Adán saliendo del agua entre la bruma marina cargado de instrumentos naúticos algo chocantes hoy en día promete, antes de empezar la lectura, buenos ratos de aventuras. Aunque sean de otros. A fin de cuentas las hacemos nuestras.
Pero las dudas sobre el puesto que esta novela iba a ocupar en mi lista de “pendientes”, larga y maravillosa lista que me da una razón más para seguir viviendo, la disipó de un plumazo mi tío, quien unos días antes de la publicación oficial y por supuesto siendo imposible habérsela leído, me resumió el fondo histórico que sirve de base a la novela. Mi tío nació el mismo año que el autor, también navega aunque en un barco algo más pequeño, corre por sus venas sangre del sur del levante y como muchos hijos del final de la posguerra española, mejores o peores estudiantes, tuvo una formación preuniversitaria que ya quisieran hoy muchos doctorandos. Y yo misma.
Y así me habló de cómo durante la Segunda Guerra Mundial los italianos tenían fama de cobardes y poco aguerridos, de ser acólitos de los alemanes, de escaquearse en numerosas ocasiones y dejar la bravura para otras nacionalidades. También me habló de que, en contraste a todo lo que se decía de los italianos, hubo un grupo de buzos asentados en la bahía de Algeciras que, a bordo de sus “maiales” se dedicaron a torpedear, hundir y dañar barcos aliados anclados en la amplia ensenada o incluso dentro del puerto de Gibraltar.
La base histórica era prometedora, así que mis preferencias hicieron sitio a “El Italiano”. De este modo me sumergí en una apasionante novela, contada desde una doble óptica: por un lado el autor viaja a lugares como Nápoles, Marbella o Venecia, en los que se encuentra con protagonistas directos o indirectos de los sucesos de aquellos años y que van aportando información objetiva pero sobre todo personal e íntima; por otra parte, y con mayor extensión, se relatan esos sucesos comenzando con la salvación por parte de la protagonista, de uno de esos buzos italianos, desvanecido en la arena en la playa de Puente Mayorga.
Nos encontramos con unos soldados de naturaleza extraordinaria, dedicados prácticamente en exclusividad a la vida militar que, armados de bravura se montaban, literalmente, a bordo de torpedos tripulados con cabezas explosivas y una tecnología que, sin duda avanzada para su época, hoy nos parecería de lo más básico, desplazándose por el fondo marino esquivando cargas submarinas para alcanzar el objetivo y retirarse rápidamente antes de la explosión programada.
Pero también nos topamos con la vida cotidiana en tiempo de guerra, y qué guerra. El Campo de Gibraltar en su más amplia acepción nos ofrece un paseo por las rutinas diarias de sus gentes en relación con la historia relatada, las conexiones que siempre han existido entre esa Línea que separa lo español de lo británico, el trueque de servicios y bienes y por qué no de secretos, la estricta vida militar y el carácter tan inglés del Peñón, que pareciera que nunca pueda ser español. Todo ello adornado elegante y solapadamente con alusiones veladas a la cultura griega, sus mitos y dioses y sus odiseas. No podía ser menos, dada la formación clásica del autor.
Naturalmente la aventura no podía terminar así. Viviendo tan cerca, obligatorio era pasearse por los mismos parajes que fueron testigos de la historia de Tesseo Lombardi y Elena Arbúes. Así que un sábado de enero, algo ventoso pero despejado, nos presentamos en la frontera española y adentrándonos en la roca, paseamos por las mismas calles buscando la librería “Line Wall” en la que Elena Arbúes colabora con Gogovich reorganizando y clasificando los libros y desde cuya terraza observa los buques fondeados para transmitir la información a Tesseo. Logramos hacernos con una conocida que nos hizo de guía y nos llevó paseando por la playa en la que Tesseo se apareció cual Ulises, descubrimos el solar que antaño ocupó el Hotel Príncipe Alfonso, tratamos de identificar “Villa Carmela” y el camino que hacía Elena en bicicleta desde su casa hasta la librería. Llegando a la Calle Real dado que el antiguo Café Anglo-Hispano ya no existe, emulamos las tertulias de los personajes literarios en el café Modelo, pasando por el Círculo Mercantil con foto incluida y los Tejidos “La Escocesa” que se anuncia “desde 1932”.
En los años setenta viví durante dos años frente a la bahía de Algeciras. Cada mañana el Peñón aparecía al fondo con su singular silueta poniendo un punto final geográfico a la amplia ensenada antes de abrirse al ocaso occidental del Mediterráneo. En la inocencia de la infancia ya me parecía dotada de un halo mágico que se hacía más intenso en los días de fuerte levante. “El Italiano”, a través de la literatura, nos sumerge de lleno en la magia de esta pequeña parte del mundo.
Como siempre, fantástico
ResponderEliminarLa historia de los italianos en nuestra guerra de liberación, al lado nacional, con 4.157 hombres que no regresaron a su patria dice lo suficiente para que el honor y el valor sea seña fundamental de su labor a favor de lo que luego fue España. Arriba España Vivva Italia.
ResponderEliminarGenial Pilar. Fue una excursión perfecta
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