miércoles, 12 de octubre de 2022

 


MAS ALLA DEL SINDROME DE STENDHAL

 

El “síndrome de Sthendal” es definido sintéticamente como “una enfermedad psicosomática provocada por una sobredosis de belleza”. Suele producirse ante una exposición de riquezas artísticas y puede generar alteraciones tales como palpitaciones, elevado ritmo cardíaco, confusión y otras similares.

 




         Más allá de profundizar en si se trata de una auténtica patología o de una sugestión artística, lo cierto es que me ayuda a comprender  ciertas situaciones que desde pequeña había experimentado y para las que no tenía explicación. Quizás lo llame así porque no he encontrado hasta la fecha otra expresión que pueda reflejar el sentimiento, siempre positivo incluso en grado superlativo, entre el placer y la emoción. Es por ello que abarca, en mi experiencia particular, mucho más que una reacción ante la belleza contemplada, ensanchando la vivencia a sentimientos y pensamientos atávicos que fluyeran por la sangre envolviendo mi cuerpo, mi mente y mi alma en un estado dotado de cierta ingravidez, como si pudiera contemplar las causas de dicho estado desde fuera pero a su vez éstas o los efectos de las mismas se insertaran firmemente en todas mis células, elevando mi espíritu.

 

Alguna vez lo he experimentado también con la literatura y recientemente en mi visita a Estambul. Sin duda viajar y sobre todo viajar con una mente abierta a lo que vas a ir descubriendo, te hace más humilde y ser consciente de una serie de prejuicios que nos acompañan queramos o no, aun cuando le pongamos empeño en no tenerlos. Contemplar el Bósforo a bordo de un barco en su camino al Mar Negro, mientras las dos orillas de distintos continentes te regalan la retina, sintiendo el mismo viento que infinitas generaciones desde el origen de los tiempos, ha de tener por fuerza algo de atávico.

 

Mi amor por la literatura tiene muchas causas aunque pienso que me acompaña desde antes de nacer. Y tengo el pleno convencimiento de que este caso particular de mi particular “síndrome de Stendhal” tiene su origen en José de Espronceda. En las escuelas de los años setenta y ochenta (no me atrevo a incluir años posteriores) leímos, memorizamos y recitamos año tras año la “Canción del Pirata”. No creo que nadie se la aprendiera entera, pero sin duda que los primeros cuatro versos no se olvidan por mucho que pasen los años

Con diez cañones por banda

viento en popa a toda vela

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín


Cuando la vida era más simple y el mundo más extenso, cuando las horas no iban tan rápido ni había tantas cosas que hacer, leer, recitar, pensar en la “Canción del Pirata” facilitaba imaginar cada una de las vivencias que incluye el poema. Desde muy pequeña soñé con tener a un lado Asia, al otro Europa, y allá, en su frente Estambul, sino como capitán pirata sí al menos como Pilar Marín, cantando alegre en la popa. Quizás no tiene demasiado mérito, puesto que hoy se viaja mucho y Turquía ya no está tan lejos. Sí lo tiene cuando es la culminación de unas letras insertas en el alma que te han ayudado a darle sentido a la vida.


 


Tengo algunas frases, dichos, refranes, expresiones favoritas. Las colecciono como si fueran sellos o monedas. Algunas en inglés o francés, únicos idiomas que domino levemente y no por ello constituye esta manía una extravagancia. La realidad es que suenan mejor en su propio idioma. “Gratitude is the sign of noble souls” es una de ellas. La nobleza de alma es sin duda una virtud digna de ser alcanzada y no sé si trabajo lo suficiente para conseguirlo. Sí sé que siento una enorme gratitud a la vida y a ciertas personas cuya nobleza me ha permitido escribir estas líneas. Y mucho más que no acierto a expresar con palabras.


 "Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar"



miércoles, 10 de agosto de 2022

 

OBSOLESCENCIA OBLIGADA

   Mi lavavajillas ha muerto. O mejor: lo han dejado morir. Es de una buena marca y ha cumplido su función durante dieciséis años. El técnico ha sentenciado que tiene no sé qué calcificado y que había que cambiarlo, pero ¡oh! es tan viejito que no hay pieza de recambio. Ya no las hacen. A mi pregunta de si podría valerle una universal para todo tipo de lavaplatos, la respuesta ha sido que no hay seguridad de que le sirva.

           Ante este deceso la solución, por lo visto, es que he de comprar uno nuevo, el cual por supuesto, por orden de la superioridad (esa que nos ordena y manda desde los más siniestros y ocultos parajes) ya no tendrá la misma duración. Estará perfectamente programado para autoinmolarse a los pocos años de su entrada en esta casa. Es el “modus operandi” del sistema económico ultra consumista en el que nos encontramos inmersos, también por orden de esa superioridad. Sistema que atenta contra los más elementales principios de la humanidad respetuosos con el equilibrio que debería imperar en ¿un utópico sistema? Claro que son principios fundados en filosofías que no están de moda. ¿Qué valor se le da a la responsabilidad, a la austeridad o al autodominio? ¿qué valor se le da a que nuestra parte racional gobierne con proporción nuestras inclinaciones irascibles y apetitivas? Pues ninguno. Desde esas instancias superiores se predica, se impulsa y en los últimos tiempos (y esto es lo peor) se impone, el destruir y como consecuencia el consumir como si no hubiera un mañana. ¿Tienes tres pantalones? Tíralos, rómpelos, quémalos para comprar otros tres. O trescientos, qué más da. Y si no eres capaz acumula. Acumula todo aquello que necesites pero sobre todo aquello que no necesites.

            Y esta es la finalidad que persiguen esos gobernantes en la sombra a través de sus delegados aparentes. A lo largo de mi infancia y parte de mi juventud oía hablar de la China comunista, país no tan ajeno a mí gracias a las novelas de Pearl S. Buck. Afortunadamente se sabía lo suficiente en aquellos tiempos no interconectados como para no creer en ese paraíso comunista. Lo más llamativo, y pensar en ello implica un importante ejercicio de autocontrol de mi parte racional sobre la irascible, es que es un mismo sistema marxista el que alienta el capitalismo de estado. Obviamente no es más que un ejemplo basado en mis propias vivencias. Hay muchos. Todos indeseables en mi opinión.

         


          Estas reflexiones me llevan, entre otras muchas, a dos consideraciones fundamentales.

Una, mi pobre lavavajillas no ha muerto por viejito, más bien no han querido salvarlo. Me pregunto cuánto tardará este sistema en hacer lo mismo con los seres humanos. El avance de las ciencias es innegable y abrumador y en general nos permite una vida mejor (entendido este adjetivo en términos actuales obviamente). A pesar de ello, ya se otean en el horizonte amenazas contra la vida humana que no se encuentre en condiciones compatibles con un rendimiento no sólo económico sino, y esto es lo que asusta, adepto y sometido al sistema. No me refiero a una decisión individual y meditada, acorde con las creencias de cada uno. Me refiero a que ¡oh! qué pena, no hay pieza de repuesto para ti porque no le vales al sistema.

Dos. Esa misma superioridad y sus acólitos han ido trazando, y siguen en ello, diversas consignas que confluyen en una: la defensa del medio ambiente y la concienciación sobre el cambio climático. De esta forma se llega al sinsentido de tener que escuchar que el desodorante en spray en uso individual por millones de individuos es altamente nocivo para la preservación de la calidad del aire. Deshacerse de un lavavajillas en perfecto funcionamiento porque le falta una pieza que ya no se fabrica y no se fabrica porque lo que interesa es que el aparato se tire y se compre uno nuevo que a su vez durará unos pocos años y así sucesivamente, es algo que está no sólo permitido, sino autorizado y fomentado por quienes nos gobiernan.

Por lo pronto he aparcado el comprar uno nuevo. Intento colaborar con el sistema lo mínimo imprescindible y lo último que me apetece estos días de agosto es ir a cualquier establecimiento (abarrotado por supuesto) a intentar buscar cuál de los flamantes ejemplares expuestos me hace un guiño de complicidad precio/duración. Mientras tanto he de guardar el luto por mi querido lavaplatos, y lo haré fregando a mano. A la antigua usanza aunque con agua corriente. Hasta que también lo prohíban por no respetar el medio ambiente.

 

sábado, 23 de abril de 2022

 


EL ITALIANO

 Arturo Pérez-Reverte


Cada cual tiene sus filias y sus fobias. En los grupos también se da, a veces casi por unanimidad. Es el caso de Arturo Pérez-Reverte y nuestro círculo de lectoras. Con “a” porque aunque serían bienvenidos, los ejemplares de género masculino brillan por su ausencia.

          He dicho unanimidad. Cierto. No obstante este consenso está sujeto a gradación, lo que se demuestra en el tiempo que tarda cada una en adquirir la nueva novela del escritor. Puedo asegurar que alguna ya la tenía a la media hora de estar a la venta. He de reconocer que yo tardé un poco más.

           El título ya de por sí es cautivador. Todo lo italiano lo es en esa especie de atracción atávica entre unos y otros que tenemos los pueblos latinos. No puede obviarse la foto: un Adán saliendo del agua entre la bruma marina cargado de instrumentos naúticos algo chocantes hoy en día promete, antes de empezar la lectura, buenos ratos de aventuras. Aunque sean de otros. A fin de cuentas las hacemos nuestras.

        Pero las dudas sobre el puesto que esta novela iba a ocupar en mi lista de “pendientes”, larga y maravillosa lista que me da una razón más para seguir viviendo, la disipó de un plumazo mi tío, quien unos días antes de la publicación oficial y por supuesto siendo imposible habérsela leído, me resumió el fondo histórico que sirve de base a la novela. Mi tío nació el mismo año que el autor, también navega aunque en un barco algo más pequeño, corre por sus venas sangre del sur del levante y como muchos hijos del final de la posguerra española, mejores o peores estudiantes, tuvo una formación preuniversitaria que ya quisieran hoy muchos doctorandos. Y yo misma.

          Y así me habló de cómo durante la Segunda Guerra Mundial los italianos tenían fama de cobardes y poco aguerridos, de ser acólitos  de los alemanes, de escaquearse en numerosas ocasiones y dejar la bravura para otras nacionalidades. También me habló de que, en contraste a todo lo que se decía de los italianos, hubo un grupo de buzos asentados en la bahía de Algeciras que, a bordo de sus “maiales” se dedicaron a torpedear, hundir y dañar barcos aliados anclados en la amplia ensenada o incluso dentro del puerto de Gibraltar.

         La base histórica era prometedora, así que mis preferencias hicieron sitio a “El Italiano”. De este modo me sumergí en una apasionante novela, contada desde una doble óptica: por un lado el autor viaja a lugares como Nápoles, Marbella o Venecia, en los que se encuentra con protagonistas directos o indirectos de los sucesos de aquellos años y que van aportando información objetiva pero sobre todo personal e íntima; por otra parte, y con mayor extensión, se relatan esos sucesos comenzando con la salvación por parte de la protagonista, de uno de esos buzos italianos, desvanecido en la arena en la playa de Puente Mayorga.


Nos encontramos con unos soldados de naturaleza extraordinaria, dedicados prácticamente en exclusividad a la vida militar que, armados de bravura se montaban, literalmente, a bordo de torpedos tripulados con cabezas explosivas y una tecnología que, sin duda avanzada para su época, hoy nos parecería de lo más básico, desplazándose por el fondo marino esquivando cargas submarinas para alcanzar el objetivo y retirarse rápidamente antes de la explosión programada.

Pero también nos topamos con la vida cotidiana en tiempo de guerra, y qué guerra. El Campo de Gibraltar en su más amplia acepción nos ofrece un paseo por las rutinas diarias de sus gentes en relación con la historia relatada, las conexiones que siempre han existido entre esa Línea que separa lo español de lo británico, el trueque de servicios y bienes y por qué no de secretos, la estricta vida militar y el carácter tan inglés del Peñón, que pareciera que nunca pueda ser español. Todo ello adornado elegante y solapadamente con alusiones veladas a la cultura griega, sus mitos y dioses y sus odiseas. No podía ser menos, dada la formación clásica del autor.

Naturalmente la aventura no podía terminar así. Viviendo tan cerca, obligatorio era pasearse por los mismos parajes que fueron testigos de la historia de Tesseo Lombardi y Elena Arbúes. Así que un sábado de enero, algo ventoso pero despejado, nos presentamos en la frontera española y adentrándonos en la roca, paseamos por las mismas calles buscando la librería “Line Wall” en la que Elena Arbúes colabora con Gogovich reorganizando y clasificando los libros y desde cuya terraza observa los buques fondeados para transmitir la información a Tesseo. Logramos hacernos con una conocida que nos hizo de guía y nos llevó paseando por la playa en la que Tesseo se apareció cual Ulises, descubrimos el solar que antaño ocupó el Hotel Príncipe Alfonso, tratamos de identificar “Villa Carmela” y el camino que hacía Elena en bicicleta desde su casa hasta la librería. Llegando a la Calle Real dado que el antiguo Café Anglo-Hispano ya no existe, emulamos las tertulias de los personajes literarios en el café Modelo, pasando por el Círculo Mercantil con foto incluida y los Tejidos “La Escocesa” que se anuncia “desde 1932”.


 En los años setenta viví durante dos años frente a la bahía de Algeciras. Cada mañana el Peñón aparecía al fondo con su singular silueta poniendo un punto final geográfico a la amplia ensenada antes de abrirse al ocaso occidental del Mediterráneo. En la inocencia de la infancia ya me parecía dotada de un halo mágico que se hacía más intenso en los días de fuerte levante. “El Italiano”, a través de la literatura, nos sumerge de lleno en la magia de esta pequeña parte del mundo.  



sábado, 2 de abril de 2022

 

SINSENTIDO 

Ayer llegué tarde a comer a casa, lo cual no es una novedad. La televisión en mi casa está prácticamente de adorno y desde hace unos meses me prometo todos los días no poner ni un solo telediario. Las noticias son esas con las que nos quieren seguir sometiendo a la vida y régimen de ese siniestro estamento privilegiado. Pero ya se sabe que las promesas no siempre se cumplen, al menos a rajatabla, así que sí, ayer la incumplí y dándole marcha atrás al canal elegido, a fin de cuentas todos son igual de moralmente deprimentes, inicié el tardío almuerzo con el parte, palabra que escuchaba de mis padres y abuelas y que parece mentira que, aderezado por las modernidades actuales, tengamos todavía que tolerar.

        La primera noticia eran las largas colas para echar gasolina. El gobierno de España, en un alarde de generosidad, ha concedido a los consumidores la dádiva de veinte céntimos por litro de gasolina. Me sale solo cantar “qué buenos son los padres escolapios, que buenos son que nos llevan de excursión …” Ante tamaño regalo las masas han acudido a llenar los depósitos de esas máquinas que tanto nos facilitan la vida, como si no hubiera un mañana. Dado que el obsequio se concede por esplendidez de sus mercedes, los empresarios de las gasolineras no saben a ciencia cierta si el regalo al final será donado por ellos mismos. Incluso alguna ha tenido que cerrar porque no puede asumir el coste que le supone. Me pregunto si no sería más conveniente otro tipo de respuesta frente a un caramelo envenenado.

     Después vienen las colas del hambre, motivadas sobre todo, aunque entre otras razones, por la inflación. Los precios no suben de forma progresiva ni proporcional sino exponencial mientras los simples mortales seguimos ganando lo mismo, incluso menos, que antes de la pandemia. La casta no. Sin embargo los locutores, informadores, corresponsales de los informativos adheridos al sistema ni siquiera mencionan la ridiculez que supone la declaración de una señora que con setecientos euros tiene que mantener, y digo mantener que no sólo alimentar que ya es difícil, a cinco de familia, en tanto que a cualquier miembro integrante del linaje dominante se le paga esa cantidad a costa del dinero público por una de esas llamadas comidas de trabajo. ¡Qué bonito eufemismo! 

         A continuación el congreso del PP. Todos tan arregladitos y formales, tan contentos de conocerse. Hoteles, comidas, viajes, transporte, imagino que dietas por ¿trabajar? en fin de semana. A costa de los impuestos sobre el ciudadano cuyo sueldo medio oscila según informaciones de las redes en unos mil novecientos euros. El que llegue. Me pregunto por qué no se lo pagan ellos ya que es su congreso, no el mío. Me dirá cualquier político que su trabajo es importante para colaborar en la buena marcha del país. Además de lo dudoso de la afirmación, el mío también lo es para contribuir a un sistema judicial y jurídico estable y que pretende ser justo. Y los congresos me los pago yo de mi bolsillo, no el erario público.

          En medio de estas gratas noticias que alteran la conciencia y el espíritu al más sereno y como es prácticamente imposible eludir por completo la participación en el sistema consumista extremo impuesto desde hace varias décadas y que también ha crecido exponencialmente, me he visto obligada a adquirir una de esas mercancías que por lo visto se venden como rosquillas a pesar de su precio. No es para mí sino para mi hija. Suelo usar la expresión tan gráfica de que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Creo que se me quedó de cuando muy pequeña y el tiempo era infinito veía alguna zarzuela en la televisión, porque me enteré que viene de “La verbena de la Paloma”. Pregúntale a un niño de hoy qué es una zarzuela. Pero me descentro del tema. Sí, las ciencias avanzan y no voy a negar las facilidades que nos han proporcionado: desde pedir cita médica hasta buscar una sentencia sin moverte de tu silla. Pues ahora en la Universidad es por lo visto muy conveniente tener una tablet acompañada de sus correspondientes accesorios. Nada de escribir de bólido sobre folios en blanco y luego si quieres los pasas a limpio. Qué va. Te queda la opción de llevar el portátil pero parece que eso pasó a mejor vida. La tablet. Como las ciencias avanzan hay que avanzar con ellas o te quedas atrás. Hasta ahí aceptable. Lo sorprendente es por una parte que no hay, es decir, que tienes que hacer cola para adquirir una y cuando llega un porte se acaba en un día; y por otro lado, ese adminículo tan útil y necesario tiene un precio de lujo y hablo de la más barata. Naturalmente la tablet no puede usarse adecuadamente sin un teclado y un bolígrafo especial que también tienen un precio desorbitado. Pero hay algo más sorprendente aun: se venden. Todas. Sin solución de continuidad.

         De esta forma nos encontramos ante un sinsentido insalvable: mucha gente hace cola para ahorrar ¿dos? ¿tres? ¿cuatro? euros al echar gasolina pero mucha de esa gente se gasta de seiscientos a mil euros en una tablet normalita. Alguna gente hace cola para pedir comida o pedir una ayuda al Estado pero ese mismo Estado fomenta la venta de objetos como esa tablet a precios desorbitados. Los políticos se reúnen tan contentos en un congreso y todos tendrán no una sino supongo que varias tablets o similares pagadas con el dinero público.

        Imagino que de eso se trata cuando se habla de “la decadencia de occidente”. Además de parecerme una inmoralidad, por mucho que me esfuerzo no consigo comprenderlo.

sábado, 12 de febrero de 2022

 

ZWEIG Y LA IMPACIENCIA DEL CORAZON     

Estoy terminando “La impaciencia del corazón” de Stefan Zweig. En realidad estoy terminando ésta y “La zona de interés” de Martin Amis y todo ello porque hice un alto en el largo camino de la lectura de “Churchill la biografía”, unas 1700 páginas entre las que hay que intercalar de vez en cuando novelas más cortas y de temática más variada para aligerar su densidad. Y no será porque la detallada y minuciosa vida de Churchill no sea interesantísima.

      Pero estaba con la que acabaré seguramente hoy, cuando me dejen mis obligaciones profesionales de este fin de semana, un tanto lleno de trabajo, y este mismo artículo. Se ha escrito mucho, imagino, sobre Stefan Zweig, así que no pretendo ni por asomo, realizar una semblanza, ni siquiera una reseña al uso de “La impaciencia del corazón”.  Sin embargo no puedo pasar por alto unas palabras de este magnífico escritor y esta excepcional novela.

   Y no se trata de la trama, que también. Tampoco de la precisión del lenguaje, que también. Ni del hilo de la historia, que también. Es algo que califico de superior y que trasciende de la mera narración y del uso de las palabras.

        Se trata de una auténtica historia. Una historia como podía ser cualquier otra. Pero conforme avanzan las páginas y se desarrolla la misma, la obra desprende un halo difícil de describir. ¿Espiritual? ¿Filosófico? ¿Antropológico? ¿Humanístico? La explicación a mi entender está en la cita que, después de una breve introducción, precede al inicio de la historia de la novela, cita que por otra parte, vuelve a repetirse íntegra más tarde, cuando ya descubrimos la razón de la misma. Esta cita dice así: “Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón para liberase lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.”

       Efectivamente el hilo conductor del relato es ese concepto algo abstracto y en cierto modo impreciso de la “compasión”. De esta forma Zweig trasciende de los meros sucesos, semblanzas, narraciones, crónicas, diálogos, contenidos en la obra. Conforme avanzamos en la lectura no sólo somos conscientes de todo ello y de las situaciones concretas descritas en las páginas, sino que progresivamente el hilo de la compasión, así como cose los momentos narrados, sumerge al lector en toda una profundidad filosófica que le lleva a plantearse y cuestionarse la razón, el fundamento, el motivo o la justificación de la compasión. Entiendo que el autor no pretende que la novela nos dé una lección o enseñanza. Lo que pretende o lo que consigue, a lo mejor sin pretenderlo, es que el lector reflexione. Y en esto radica en buena parte la grandeza de la literatura. Y en ello también, en gran parte, mi amor por la literatura.

       En estos tiempos difíciles (quizás como cualesquiera otros) en los que los hijos no respetan a sus padres y todo el mundo escribe libros (Cicerón dixit), escritores como Zweig permiten que, dentro de los límites de todos conocidos y que no dejan de ser en cierto modo secundarios, podamos seguir teniendo esperanza y abogando por la independencia y libertad del ser humano.

sábado, 1 de enero de 2022

 

            

    TRIVIALES REFLEXIONES DE UN 1 DE ENERO


Y llega un año más. Otra vez uno de enero. Y vuelve la ilusión. Y vuelve la aprensión a lo que vendrá en estos próximos trescientos sesenta y cinco días. Como si el año no pudiera empezar un 21 de julio o un 5 de noviembre y amanecer cualquier día con esa misma sensación. Y deseas que hoy haga un sol reluciente en un azul diáfano para que todo brille más y la naturaleza contribuya a proporcionarte una, aunque sea sólo una, base sólida, para hacer frente a lo que venga. Y por la playa sólo se ven gaviotas y algunas personas: solitarios como tú en un día como hoy, parejas con niños pequeños, algún valiente normalmente extranjero, que se mete en el agua tan fría en estas fechas, supongo que para auto probarse su valentía, como un reto personal o por simple divertimento. Y piensas que vaya tontería pero al mismo tiempo te gustaría ser capaz de hacerlo. Igual el año que viene. Y después de varios kilómetros andando para intentar aligerar el cuerpo de los excesos de estos días que por pocos que sean lo son, cómo sobra de todo en esta sociedad occidental y consumista, te sientas frente al mar, oteas el horizonte allá por donde se pierde el agua y que en la inocencia de la infancia se piensa que cae al otro lado como una cascada infinita, dónde terminará ese agua, e intentas reflexionar sobre este nuevo día que no es sólo un día también es un año, un año entero que viene por delante y no sabes si tendrás fuerzas para afrontarlo porque lo primero que se pasa por la mente es que vendrán dificultades y momentos malos pero bueno por qué piensas así, también habrá alegrías e instantes de dicha y placer, cómo eres, qué necesidad, vive el momento y ya se verá y se le afrontará. A lo que venga. Porque claro que otra opción nos queda, ¿rendirnos? Si bien a priori pudiera ser una opción a tener en cuenta estoy algo segura de que conllevaría más inconvenientes que ventajas. También rendirse puede ser muy cansado y agotador puesto que te deja en un estado en cierto modo vegetativo, no corre adrenalina por tus venas y caes en un bucle de apatía que lo hace todavía más insoportable.

                Este año había mucha neblina, el sol apenas pugnaba por sobresalir entre las nubes lo que me llevó a pensar si en realidad el sol lo intentaba de veras o, volviendo a la reflexión anterior, se hacía el remolón y en este caso si lo hacía por pura desgana o porque se había despistado de su función calórica y luminosa. Tampoco hoy se veía Gibraltar español. Siempre que lo pronuncio me sale el adjetivo al lado. En el pueblo de Setenil de las Bodegas hay una callecita que lleva el nombre de “Gibraltar español” y siempre que digo Gibraltar lo uno al español y a Setenil. Una pena porque en un día como hoy pareciera que ver el peñón a lo lejos delimitando el horizonte junto con la costa norte de Africa hermosea el paisaje mucho más que el gris brumoso y húmedo de este nublado costeño. Ya podía darse este tiempo cualquier día de trabajo y no un primero de año en el que el espíritu necesita el apoyo de Ra para sentir que la vida sigue y seguirá más allá de nuestras pequeñas miserias y deseos luminosos.

         El paseo marítimo estaba lleno de extranjeros. No siempre se les distingue por el físico aunque ayuda. El breve instante de cruce o adelantamiento te proporciona la pista suficiente. Y qué variedad de idiomas. Obvia decir que no entiendo todos pero el ruso, el alemán, el inglés y el francés sí que los distingo. He notado que hoy se hablaba mucho francés por el paseo y esto, cosas de las pasiones o “frikismos”, prefiero pasiones desde luego, me ha llevado a recordar Camus y “L’etranger” (me lo regaló un vecino del despacho en una de sus visitas pero esa es otra historia que si acaso contaré otro día). Lo leí en el original y me he dicho que he de volver a leer en francés aunque me cueste. Y es que la lengua de Molière y el país de Napoleón me han encantado desde siempre lo cual a veces me da hasta coraje porque en la época de José Bonaparte me veo convertida en una Josefina cualquiera en vez de transformarme en un Curro Jiménez que mola mucho más, y eso no me gusta. Pues eso que a ver si me hago con otra novela en francés, tengo por ahí “La Peste” de cuando tenía diecisiete años y viví cerca de la frontera francesa, aunque es algo larga para mi nivel. A su vez esto me lleva a pensar de dónde voy a sacar tiempo. Para leer en un idioma que no dominas es necesario un espacio físico, temporal y espiritual apropiado y las noches se las llevan las listas pendientes de libros en español, también de españoles, ilustres o no. Intentaré hacerle un hueco, como a tantas otras cosas. Peor es leer en inglés que no se parece nada a nuestro idioma y desde luego es mucho más feo, después de años y años dándole que te pego al inglés y aunque pueda escribirlo, resulta que me es más fácil leer en francés. He de recordarme que cuando empiece aporte al trabajo una dosis de paciencia y asunción de la realidad: por mucho que lea no voy a conseguir ser bilingüe. Para ello tendría que irme a Francia o a algún país francófono, lo que desde luego no descarto aunque me lo plantearé seriamente en la próxima reencarnación.