sábado, 12 de febrero de 2022

 

ZWEIG Y LA IMPACIENCIA DEL CORAZON     

Estoy terminando “La impaciencia del corazón” de Stefan Zweig. En realidad estoy terminando ésta y “La zona de interés” de Martin Amis y todo ello porque hice un alto en el largo camino de la lectura de “Churchill la biografía”, unas 1700 páginas entre las que hay que intercalar de vez en cuando novelas más cortas y de temática más variada para aligerar su densidad. Y no será porque la detallada y minuciosa vida de Churchill no sea interesantísima.

      Pero estaba con la que acabaré seguramente hoy, cuando me dejen mis obligaciones profesionales de este fin de semana, un tanto lleno de trabajo, y este mismo artículo. Se ha escrito mucho, imagino, sobre Stefan Zweig, así que no pretendo ni por asomo, realizar una semblanza, ni siquiera una reseña al uso de “La impaciencia del corazón”.  Sin embargo no puedo pasar por alto unas palabras de este magnífico escritor y esta excepcional novela.

   Y no se trata de la trama, que también. Tampoco de la precisión del lenguaje, que también. Ni del hilo de la historia, que también. Es algo que califico de superior y que trasciende de la mera narración y del uso de las palabras.

        Se trata de una auténtica historia. Una historia como podía ser cualquier otra. Pero conforme avanzan las páginas y se desarrolla la misma, la obra desprende un halo difícil de describir. ¿Espiritual? ¿Filosófico? ¿Antropológico? ¿Humanístico? La explicación a mi entender está en la cita que, después de una breve introducción, precede al inicio de la historia de la novela, cita que por otra parte, vuelve a repetirse íntegra más tarde, cuando ya descubrimos la razón de la misma. Esta cita dice así: “Hay dos clases de piedad. Una, débil y sentimental, que en realidad sólo es impaciencia del corazón para liberase lo antes posible de la penosa emoción ante una desgracia ajena, es una compasión que no es exactamente compasión, sino una defensa instintiva del alma frente al dolor ajeno. Y la otra, la única que cuenta, es la compasión desprovista de lo sentimental, pero creativa, que sabe lo que quiere y está dispuesta a aguantar con paciencia y resignación hasta sus últimas fuerzas e incluso más allá.”

       Efectivamente el hilo conductor del relato es ese concepto algo abstracto y en cierto modo impreciso de la “compasión”. De esta forma Zweig trasciende de los meros sucesos, semblanzas, narraciones, crónicas, diálogos, contenidos en la obra. Conforme avanzamos en la lectura no sólo somos conscientes de todo ello y de las situaciones concretas descritas en las páginas, sino que progresivamente el hilo de la compasión, así como cose los momentos narrados, sumerge al lector en toda una profundidad filosófica que le lleva a plantearse y cuestionarse la razón, el fundamento, el motivo o la justificación de la compasión. Entiendo que el autor no pretende que la novela nos dé una lección o enseñanza. Lo que pretende o lo que consigue, a lo mejor sin pretenderlo, es que el lector reflexione. Y en esto radica en buena parte la grandeza de la literatura. Y en ello también, en gran parte, mi amor por la literatura.

       En estos tiempos difíciles (quizás como cualesquiera otros) en los que los hijos no respetan a sus padres y todo el mundo escribe libros (Cicerón dixit), escritores como Zweig permiten que, dentro de los límites de todos conocidos y que no dejan de ser en cierto modo secundarios, podamos seguir teniendo esperanza y abogando por la independencia y libertad del ser humano.

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