SINSENTIDO
Ayer llegué tarde a comer a casa, lo cual no es una novedad. La televisión en mi casa está prácticamente de adorno y desde hace unos meses me prometo todos los días no poner ni un solo telediario. Las noticias son esas con las que nos quieren seguir sometiendo a la vida y régimen de ese siniestro estamento privilegiado. Pero ya se sabe que las promesas no siempre se cumplen, al menos a rajatabla, así que sí, ayer la incumplí y dándole marcha atrás al canal elegido, a fin de cuentas todos son igual de moralmente deprimentes, inicié el tardío almuerzo con el parte, palabra que escuchaba de mis padres y abuelas y que parece mentira que, aderezado por las modernidades actuales, tengamos todavía que tolerar.
La primera noticia eran las largas colas para echar gasolina. El gobierno de España, en un alarde de generosidad, ha concedido a los consumidores la dádiva de veinte céntimos por litro de gasolina. Me sale solo cantar “qué buenos son los padres escolapios, que buenos son que nos llevan de excursión …” Ante tamaño regalo las masas han acudido a llenar los depósitos de esas máquinas que tanto nos facilitan la vida, como si no hubiera un mañana. Dado que el obsequio se concede por esplendidez de sus mercedes, los empresarios de las gasolineras no saben a ciencia cierta si el regalo al final será donado por ellos mismos. Incluso alguna ha tenido que cerrar porque no puede asumir el coste que le supone. Me pregunto si no sería más conveniente otro tipo de respuesta frente a un caramelo envenenado.
Después vienen las colas del hambre, motivadas sobre todo, aunque entre otras razones, por la inflación. Los precios no suben de forma progresiva ni proporcional sino exponencial mientras los simples mortales seguimos ganando lo mismo, incluso menos, que antes de la pandemia. La casta no. Sin embargo los locutores, informadores, corresponsales de los informativos adheridos al sistema ni siquiera mencionan la ridiculez que supone la declaración de una señora que con setecientos euros tiene que mantener, y digo mantener que no sólo alimentar que ya es difícil, a cinco de familia, en tanto que a cualquier miembro integrante del linaje dominante se le paga esa cantidad a costa del dinero público por una de esas llamadas comidas de trabajo. ¡Qué bonito eufemismo!
A continuación el congreso del PP. Todos tan arregladitos y formales, tan contentos de conocerse. Hoteles, comidas, viajes, transporte, imagino que dietas por ¿trabajar? en fin de semana. A costa de los impuestos sobre el ciudadano cuyo sueldo medio oscila según informaciones de las redes en unos mil novecientos euros. El que llegue. Me pregunto por qué no se lo pagan ellos ya que es su congreso, no el mío. Me dirá cualquier político que su trabajo es importante para colaborar en la buena marcha del país. Además de lo dudoso de la afirmación, el mío también lo es para contribuir a un sistema judicial y jurídico estable y que pretende ser justo. Y los congresos me los pago yo de mi bolsillo, no el erario público.
En medio de estas gratas noticias que alteran la conciencia y el espíritu al más sereno y como es prácticamente imposible eludir por completo la participación en el sistema consumista extremo impuesto desde hace varias décadas y que también ha crecido exponencialmente, me he visto obligada a adquirir una de esas mercancías que por lo visto se venden como rosquillas a pesar de su precio. No es para mí sino para mi hija. Suelo usar la expresión tan gráfica de que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. Creo que se me quedó de cuando muy pequeña y el tiempo era infinito veía alguna zarzuela en la televisión, porque me enteré que viene de “La verbena de la Paloma”. Pregúntale a un niño de hoy qué es una zarzuela. Pero me descentro del tema. Sí, las ciencias avanzan y no voy a negar las facilidades que nos han proporcionado: desde pedir cita médica hasta buscar una sentencia sin moverte de tu silla. Pues ahora en la Universidad es por lo visto muy conveniente tener una tablet acompañada de sus correspondientes accesorios. Nada de escribir de bólido sobre folios en blanco y luego si quieres los pasas a limpio. Qué va. Te queda la opción de llevar el portátil pero parece que eso pasó a mejor vida. La tablet. Como las ciencias avanzan hay que avanzar con ellas o te quedas atrás. Hasta ahí aceptable. Lo sorprendente es por una parte que no hay, es decir, que tienes que hacer cola para adquirir una y cuando llega un porte se acaba en un día; y por otro lado, ese adminículo tan útil y necesario tiene un precio de lujo y hablo de la más barata. Naturalmente la tablet no puede usarse adecuadamente sin un teclado y un bolígrafo especial que también tienen un precio desorbitado. Pero hay algo más sorprendente aun: se venden. Todas. Sin solución de continuidad.
De esta forma nos encontramos ante un sinsentido insalvable: mucha gente hace cola para ahorrar ¿dos? ¿tres? ¿cuatro? euros al echar gasolina pero mucha de esa gente se gasta de seiscientos a mil euros en una tablet normalita. Alguna gente hace cola para pedir comida o pedir una ayuda al Estado pero ese mismo Estado fomenta la venta de objetos como esa tablet a precios desorbitados. Los políticos se reúnen tan contentos en un congreso y todos tendrán no una sino supongo que varias tablets o similares pagadas con el dinero público.
Imagino que de eso se trata cuando se habla de “la decadencia de occidente”. Además de parecerme una inmoralidad, por mucho que me esfuerzo no consigo comprenderlo.
pues yo creo que la expresión "parte" hoy está más al dia que nunca, lo vemos por la invasion de ucrania. y cuando el pueblo sigue hablando del parte para referirse a las noticias de la tarde es por algo, por algo que tiene dentro. en cuanto a la pobreza, estos politicos no tienen nombre, y muchos apellidos de golfos y golfas. pero no sigo que me conozco. un saludo muy fuerte Pilar.
ResponderEliminarBuen análisis.
ResponderEliminar¡Cuanta razón tienes!
ResponderEliminarEstamos en un sinsentido espeluznante.
Enhorabuena Pilar por tú escrito.