viernes, 19 de junio de 2020






BREVES NOTAS SOBRE LA NOVELITA “NUNCA PREGUNTES SU NOMBRE A UN PAJARO” DE ANDRES IBAÑEZ   (Galaxia Gutenberg S.L., 2020)

     Vaya por delante que la obra está contada en un marco muy norteamericano, aun cuando su autor sea español, y que desprende una pesadumbre mezclada con tribulaciones varias del protagonista, Horst, que desembocan en la idea directriz de la historia: un pacto con el diablo.
       
      Todo esto no evita ciertos pensamientos y opiniones más o menos filosóficas sobre:

-         La capacidad de la naturaleza de escapar al dominio del hombre: “Hay siempre un equilibrio tenaz entre un hombre y su naturaleza: el hombre intenta apropiársela con nombres, con miradas, pero la naturaleza al final siempre vence, escapa del lazo”.

-         La inutilidad de obsesionarse con pequeñas venganzas o desquites por relativos desprecios sufridos en el pasado: “Horst hacía mucho tiempo que había perdido todo deseo de vengarse de ella a través del arte o de cualquier otra forma”, a propósito de una deliciosa descripción de su “no judaísmo” a pesar del apellido.

-         Al mismo tiempo se aprecia lo perenne en nuestra vida de la evocación de momentos pasados: “… cómo se evocan momentos pasados con tal intensidad y nostalgia, cuando en realidad en el momento en que sucedieron ni los tuvimos en cuenta: no éramos conscientes de su importancia intrínseca”.

-         El por qué se ha escrito, se escribe y se escribirá: “Por eso cantamos canciones, por eso escribimos poesía: son lazos que lanzamos con la intención de atrapar al momento que se deshace, a la sensación que nos abandona. No somos reyes: somos esclavos que saben que su imaginación, su memoria y sus palabras son su única riqueza. Todos los escritores somos exiliados” (…) “El trabajo de un escritor no es mentir ni difundir ideas bellas y constructivas sino reflejar la vida tal como es”. Bastante aplicable hoy en día con la insistencia de imponer lo “políticamente correcto” aun cuando no sepamos quién es el que decide esta condición.





jueves, 18 de junio de 2020



EL INFINITO EN UN JUNCO
             

     MARIA ZAMBRANO: “La historia europea es una camino siempre abierto a los renacimientos y las ilustraciones.”               

IRENE VALLEJO (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con el País Semanal y lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico a través de conferencias y cursos. Ha publicado ensayos y libros infantiles. Sus artículos periodísticos están recogidos en “Alguien habló de nosotros” (2017) y “El futuro recordado” (2020). EL INFINITO EN UN JUNCO ha sido publicado por Ediciones Siruela en 2019.

De nuevo el título ha ejercido un gran poder de atracción. Comentarios y recomendaciones de foros me hicieron saber que era un libro sobre los libros y la literatura. Imagino que de ahí el título: el junco del que se fabrica el papiro nos brinda la infinitud de la literatura.

La obra se estructura en dos partes: “Grecia imagina el futuro” y “Los caminos de Roma”, con un nexo literario que hace que formen parte del mágico todo.
      
     

         En la primera partiendo de la Biblioteca de Alejandría y la figura de Alejandro Magno junto con los faraones egipcios, se sumerge en el origen de la escritura y sus diversas formas de plasmarse. Pero la literatura en origen era oral, a través de los bardos, rapsodas y otros declamadores similares, y no fue sino a través de un largo camino repleto de símbolos como se fue formando el alfabeto para ir siendo reflejado en distintos soportes.

La importancia por su influencia a lo largo de siglos de la Ilíada y la Odisea; la reticencia por parte de ciertos filósofos griegos a que el pensamiento se hiciera palabra escrita; la aparición de los primeros libros, librerías y libreros en la Grecia antigua; los restos de pequeñas bibiliotecas sufragadas por donaciones privadas; Heródoto y sus “Historias” con el que nace la figura del “escritor viajero”; Platón y su bifurcación hacia un pensamiento ilustrado y unos impulsos autoritarios; la prevalencia de la tragedia frente al poder salvador de la risa y la comedia; la figura de Hipatia; la aparición del género de la conferencia mediante el poder de la palabra; las diversas teorías sobre la destrucción de la Biblioteca y el Museo de Alejandría que enlaza con ese afán destructor de libros que periódicamente han practicado los distintos pueblos y civilizaciones dejándose llevar por la barbarie, de tal modo que “Cuando un libro es destruido (…), hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente (…) Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre”.

En la parte dedicada a los “Caminos de Roma” vuelve a tratarse el tema de la escritura, los libros, las bibliotecas, los escritores, en un Imperio y en una cultura formada a lo largo de varios siglos, superpuestos algunos de ellos a la griega, hasta que los romanos la hicieron suya a su particular “imagen y semejanza”. Los romanos crearon su sociedad a base de batallas e invasiones sin que previamente tuvieran una cultura asentada y firme. Más bien al contrario, aislada y fragmentaria. Sin embargo, reconocieron con humildad la superioridad de los griegos y decidieron imitarlos, aprender su lengua, tomar sus costumbres, renombrar sus dioses y lo mismo sucedió en el mundo literario en un principio: “Los romanos se lanzaron a hablar la lengua de los griegos, a copiar sus estatuas, a reproducir la arquitectura de sus templos, a escribir poemas de tipo homérico y a imitar sus refinamientos con celo de advenedizos”.

Como en Grecia, también en Roma la cultura estaba reservada a las clases altas. No obstante se aprecian diferencias importantes que Irene Vallejo no deja de precisar, como es el hecho curioso de que los más cultos llegaban a ser en ocasiones los esclavos y libertos que venían de otros pueblos conquistados por romanos siendo utilizados muchos de ellos como amanuenses, lectores, bibliotecarios, etc. De esta forma los escritores eran pobres y los lectores eran ricos.

A lo largo de varios capítulos la autora nos lleva a descubrir las particularidades de la literatura en esos siglos de dominación romana. Así, la importancia de los contactos para la circulación de obras; el aumento progresivo, aunque por supuesto muy limitado, de las mujeres en el mundo literario y filosófico, originado en parte por las costumbres sociales romanas, y los escasísimos restos encontrados de obras escritas por mujeres; el origen de la palabra “literatura” que viene del latín “litterator”, es decir, el que enseña las letras. Irene Vallejo nos introduce en un mundo particular lleno de entresijos donde aparecen el “librarius”, que era al mismo tiempo copista y librero; la implicación personal que muchos autores romanos tuvieron en la edición, difusión e incluso conservación de sus obras; el nacimiento y evolución del arte de encuadernar; la creación de bibliotecas públicas divididas siempre en dos secciones: griego y latín, manifestación de la aspiración romana a equipararse al mundo griego, y los restos que han quedado de las mismas, especialmente en Pompeya y Herculano; la censura y el peligro de la autocensura; la función identificadora de los títulos de los libros a lo largo de estos siglos; el sutil entramado creado para la supervivencia de las obras; todo ello imitando, copiando, emulando siempre y sin ningún pudor a la cultura griega, creando una amalgama que ha llegado hasta nuestros días y constituye uno de los sustratos de nuestra civilización occidental. La amenidad de esta obra deriva de que la salpica continuamente de multitud de anécdotas de tantos que contribuyeron a la magia de la literatura. Pasan por estas páginas Ovidio, Marcial, Cicerón, Catulo y muchos otros, pero también enlaza a menudo ciertos temas con su evolución en siglos posteriores.

“El Infinito en un junco” nos lleva a plantearnos cuestiones filosóficas tan actuales como es “lo políticamente correcto” que, personalmente, considero como un “buenismo impuesto”: esa tendencia cada vez más extendida a retocar, transformar o cambiar las obras literarias para eliminar conceptos, ideas, costumbres, actitudes que pudieran ofender al que las lee. Es decir, la censura. De esta forma se leerá sólo lo que sea adecuado, edificante, respetuoso … olvidando, como dice la autora, que “no por eliminar de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes (y no tan jóvenes añado) de las malas ideas”. Lo que nos lleva además a la eterna pregunta: ¿quién vigila al vigilante? La destrucción de los libros, lo mismo que su modificación “a gusto del consumidor” permite modificar a placer el relato de la historia. Aunque esto es otra historia.

Entre los temas que surgen de su lectura nos encontramos con el poder salvador de los libros: “(…) se puede seguir el rastro salvador de los libros en casi cualquier lugar del mundo, incluso en los más siniestros” (…) “Los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes históricas y en la pequeñas tragedias de nuestra vida”. La literatura ha constituido la tabla de salvación de muchas personas que, unidas por ese amor a las letras, han podido a su vez construir la tabla de salvación de pueblos enteros. Individualmente muchos de nosotros podemos decir que la literatura nos ha salvado, nos salva y seguro, nos salvará. ¿De qué? Quizás lo primero y más importante es que nos salva de nosotros mismos. Y después nos salva del hastío, de la soledad del alma, de la obligación, de la rutina, de la ignorancia, de la imposición … y hoy en día, sin duda, del consumismo y banalidad desenfrenadas: “En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo” “Demetrio debió de comprender que poseer libros es un ejercicio de equilibro sobre la cuerda floja(…) Una arquitectura armoniosa frente al caos, Una escultura de arena. La guarida donde protegemos todo aquello que tememos olvidar. La memoria del mundo. Un dique contra el tsunami del tiempo.”
    
            No comparto sin embargo, el paralelismo que la autora hace en ocasiones de la literatura y su evolución con el cine y aun menos con toda esta cultura digital que nos inunda. Sin duda el cine supuso una revolución y no voy a poner en duda sus virtudes pero sólo en contadas ocasiones refleja fielmente lo que un libro contiene. La mayoría de películas y series basadas en libros provocan una auténtica frustración al sólido lector: constatar cómo se destroza una obra, con honrosas excepciones. Mucho menos la evolución de la vida digital que nos absorbe. La sociedad evoluciona y así ha de ser. Se puede reconocer que la sociedad digital sea mejor y dirigida a personas más inteligentes que una simple lectora, pero jamás podrá sustituir a las palabras. No hay ni habrá invento digital alguno que pueda desbancar al simple hecho de tener un libro entre las manos y sumergirte de lleno en él. Me quedo con la literatura. Hago mías las palabras de la escritora: “He crecido, pero sigo manteniendo una relación muy narcisista con los libros. Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad –íntima, solitaria- de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese libro andaba buscando.”
             
      La obra desprende además algo tan intangible como es lo que se puede llamar la “unión de los lectores”. A través de la literatura personas distintas en muchos aspectos se aúnan y sienten un vínculo entre ellas. Esto ha sido así desde siempre y lo sigue siendo. En Roma trazaron un mapa de afectos y amistades. Para muchos de nosotros lectores, “recomendar y entregar a otro una lectura elegida es un poderoso gesto de acercamiento, de comunicación, de intimidad” porque “los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa”.
     
       En suma, “El infinito en un junco” constituye, más que una reivindicación, pues la lectura ha de ser un acto libre, un homenaje a la literatura y a los libros, y como consecuencia, a los lectores. Es por eso que es tan gratificante: participas en un mundo mágico inmarsescible, pero ese mundo, en ocasiones lejano en el tiempo, es el tuyo. Estas palabras del Prólogo son representativas: “Aquí y ahora, los libros son tan comunes, tan desprovistos del aura de novedad tecnológica, que abundan los profetas de su desaparición. Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio. Los más agoreros pretenden que estamos al borde de un fin de época, de un verdadero apocalipsis de librerías echando el cierre y bibliotecas deshabitadas …” (…) “¿Estamos seguros? El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo,  la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.”

Ver publicación de la reseña en https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2020/06/resena-de-el-infinito-en-un-junco-de.html?fbclid=IwAR3J4XUXaWi03XmUYrjFl82NWL7NQaRL7q5vLnRBpDqk_kCT7v2yyIt1n3s