EL INFINITO EN UN JUNCO
MARIA ZAMBRANO: “La historia europea es una
camino siempre abierto a los renacimientos y las ilustraciones.”
IRENE VALLEJO
(Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por
las universidades de Zaragoza y Florencia. Colabora con el diario Heraldo de
Aragón y con el País Semanal y lleva a cabo una intensa labor de divulgación
del mundo clásico a través de conferencias y cursos. Ha publicado ensayos y
libros infantiles. Sus artículos periodísticos están recogidos en “Alguien
habló de nosotros” (2017) y “El futuro recordado” (2020). EL INFINITO EN UN
JUNCO ha sido publicado por Ediciones Siruela en 2019.
De nuevo el
título ha ejercido un gran poder de atracción. Comentarios y recomendaciones de
foros me hicieron saber que era un libro sobre los libros y la literatura. Imagino
que de ahí el título: el junco del que se fabrica el papiro nos brinda la
infinitud de la literatura.
La obra se
estructura en dos partes: “Grecia imagina el futuro” y “Los caminos de Roma”,
con un nexo literario que hace que formen parte del mágico todo.
En la primera partiendo de la Biblioteca de Alejandría y la figura de Alejandro Magno junto con los faraones egipcios, se sumerge en el origen de la escritura y sus diversas formas de plasmarse. Pero la literatura en origen era oral, a través de los bardos, rapsodas y otros declamadores similares, y no fue sino a través de un largo camino repleto de símbolos como se fue formando el alfabeto para ir siendo reflejado en distintos soportes.
La importancia
por su influencia a lo largo de siglos de la Ilíada y la Odisea; la reticencia
por parte de ciertos filósofos griegos a que el pensamiento se hiciera palabra
escrita; la aparición de los primeros libros, librerías y libreros en la Grecia
antigua; los restos de pequeñas bibiliotecas sufragadas por donaciones privadas;
Heródoto y sus “Historias” con el que nace la figura del “escritor viajero”;
Platón y su bifurcación hacia un pensamiento ilustrado y unos impulsos
autoritarios; la prevalencia de la tragedia frente al poder salvador de la risa
y la comedia; la figura de Hipatia; la aparición del género de la conferencia
mediante el poder de la palabra; las diversas teorías sobre la destrucción de
la Biblioteca y el Museo de Alejandría que enlaza con ese afán destructor de
libros que periódicamente han practicado los distintos pueblos y civilizaciones
dejándose llevar por la barbarie, de tal modo que “Cuando un libro es destruido (…), hay algo de nosotros mismos que se
mutila irremediablemente (…) Destruir un libro es, literalmente, asesinar el
alma del hombre”.
En la parte
dedicada a los “Caminos de Roma” vuelve a tratarse el tema de la escritura, los
libros, las bibliotecas, los escritores, en un Imperio y en una cultura formada
a lo largo de varios siglos, superpuestos algunos de ellos a la griega, hasta
que los romanos la hicieron suya a su particular “imagen y semejanza”. Los
romanos crearon su sociedad a base de batallas e invasiones sin que previamente
tuvieran una cultura asentada y firme. Más bien al contrario, aislada y
fragmentaria. Sin embargo, reconocieron con humildad la superioridad de los
griegos y decidieron imitarlos, aprender su lengua, tomar sus costumbres,
renombrar sus dioses y lo mismo sucedió en el mundo literario en un principio: “Los romanos se lanzaron a hablar la lengua
de los griegos, a copiar sus estatuas, a reproducir la arquitectura de sus
templos, a escribir poemas de tipo homérico y a imitar sus refinamientos con
celo de advenedizos”.
Como en Grecia,
también en Roma la cultura estaba reservada a las clases altas. No obstante se
aprecian diferencias importantes que Irene Vallejo no deja de precisar, como es
el hecho curioso de que los más cultos llegaban a ser en ocasiones los esclavos
y libertos que venían de otros pueblos conquistados por romanos siendo utilizados
muchos de ellos como amanuenses, lectores, bibliotecarios, etc. De esta forma
los escritores eran pobres y los lectores eran ricos.
A lo largo de
varios capítulos la autora nos lleva a descubrir las particularidades de la
literatura en esos siglos de dominación romana. Así, la importancia de los
contactos para la circulación de obras; el aumento progresivo, aunque por
supuesto muy limitado, de las mujeres en el mundo literario y filosófico, originado
en parte por las costumbres sociales romanas, y los escasísimos restos
encontrados de obras escritas por mujeres; el origen de la palabra “literatura”
que viene del latín “litterator”, es decir, el que enseña las letras. Irene
Vallejo nos introduce en un mundo particular lleno de entresijos donde aparecen
el “librarius”, que era al mismo tiempo copista y librero; la implicación
personal que muchos autores romanos tuvieron en la edición, difusión e incluso
conservación de sus obras; el nacimiento y evolución del arte de encuadernar;
la creación de bibliotecas públicas divididas siempre en dos secciones: griego
y latín, manifestación de la aspiración romana a equipararse al mundo griego, y
los restos que han quedado de las mismas, especialmente en Pompeya y Herculano;
la censura y el peligro de la autocensura; la función identificadora de los
títulos de los libros a lo largo de estos siglos; el sutil entramado creado
para la supervivencia de las obras; todo ello imitando, copiando, emulando
siempre y sin ningún pudor a la cultura griega, creando una amalgama que ha
llegado hasta nuestros días y constituye uno de los sustratos de nuestra
civilización occidental. La amenidad de esta obra deriva de que la salpica
continuamente de multitud de anécdotas de tantos que contribuyeron a la magia
de la literatura. Pasan por estas páginas Ovidio, Marcial, Cicerón, Catulo y
muchos otros, pero también enlaza a menudo ciertos temas con su evolución en
siglos posteriores.
“El Infinito
en un junco” nos lleva a plantearnos cuestiones filosóficas tan actuales como
es “lo políticamente correcto” que, personalmente, considero como un “buenismo
impuesto”: esa tendencia cada vez más extendida a retocar, transformar o
cambiar las obras literarias para eliminar conceptos, ideas, costumbres,
actitudes que pudieran ofender al que las lee. Es decir, la censura. De esta
forma se leerá sólo lo que sea adecuado, edificante, respetuoso … olvidando,
como dice la autora, que “no por eliminar
de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes
(y no tan jóvenes añado) de las malas
ideas”. Lo que nos lleva además a la eterna pregunta: ¿quién vigila al
vigilante? La destrucción de los libros, lo mismo que su modificación “a gusto
del consumidor” permite modificar a placer el relato de la historia. Aunque
esto es otra historia.
Entre los
temas que surgen de su lectura nos encontramos con el poder salvador de los
libros: “(…) se puede seguir el rastro
salvador de los libros en casi cualquier lugar del mundo, incluso en los más
siniestros” (…) “Los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes
históricas y en la pequeñas tragedias de nuestra vida”. La literatura ha
constituido la tabla de salvación de muchas personas que, unidas por ese amor a
las letras, han podido a su vez construir la tabla de salvación de pueblos
enteros. Individualmente muchos de nosotros podemos decir que la literatura nos
ha salvado, nos salva y seguro, nos salvará. ¿De qué? Quizás lo primero y más
importante es que nos salva de nosotros mismos. Y después nos salva del hastío,
de la soledad del alma, de la obligación, de la rutina, de la ignorancia, de la
imposición … y hoy en día, sin duda, del consumismo y banalidad desenfrenadas: “En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo
del abismo” “Demetrio debió de comprender que poseer libros es un ejercicio de
equilibro sobre la cuerda floja(…) Una arquitectura armoniosa frente al caos,
Una escultura de arena. La guarida donde protegemos todo aquello que tememos
olvidar. La memoria del mundo. Un dique contra el tsunami del tiempo.”
No
comparto sin embargo, el paralelismo que la autora hace en ocasiones de la
literatura y su evolución con el cine y aun menos con toda esta cultura digital
que nos inunda. Sin duda el cine supuso una revolución y no voy a poner en duda
sus virtudes pero sólo en contadas ocasiones refleja fielmente lo que un libro contiene.
La mayoría de películas y series basadas en libros provocan una auténtica frustración
al sólido lector: constatar cómo se destroza una obra, con honrosas excepciones.
Mucho menos la evolución de la vida digital que nos absorbe. La sociedad evoluciona
y así ha de ser. Se puede reconocer que la sociedad digital sea mejor y
dirigida a personas más inteligentes que una simple lectora, pero jamás podrá
sustituir a las palabras. No hay ni habrá invento digital alguno que pueda
desbancar al simple hecho de tener un libro entre las manos y sumergirte de
lleno en él. Me quedo con la literatura. Hago mías las palabras de la
escritora: “He crecido, pero sigo
manteniendo una relación muy narcisista con los libros. Cuando un relato me
invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi
dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad –íntima, solitaria- de que su
autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la
lectora a quien ese libro andaba buscando.”
La
obra desprende además algo tan intangible como es lo que se puede llamar la
“unión de los lectores”. A través de la literatura personas distintas en muchos
aspectos se aúnan y sienten un vínculo entre ellas. Esto ha sido así desde
siempre y lo sigue siendo. En Roma trazaron un mapa de afectos y amistades.
Para muchos de nosotros lectores, “recomendar
y entregar a otro una lectura elegida es un poderoso gesto de acercamiento, de
comunicación, de intimidad” porque “los
libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa”.
En suma, “El infinito en un junco” constituye, más que una reivindicación, pues la lectura ha de ser un acto libre, un homenaje a la literatura y a los libros, y como consecuencia, a los lectores. Es por eso que es tan gratificante: participas en un mundo mágico inmarsescible, pero ese mundo, en ocasiones lejano en el tiempo, es el tuyo. Estas palabras del Prólogo son representativas: “Aquí y ahora, los libros son tan comunes, tan desprovistos del aura de novedad tecnológica, que abundan los profetas de su desaparición. Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio. Los más agoreros pretenden que estamos al borde de un fin de época, de un verdadero apocalipsis de librerías echando el cierre y bibliotecas deshabitadas …” (…) “¿Estamos seguros? El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.”
Ver publicación de la reseña en https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2020/06/resena-de-el-infinito-en-un-junco-de.html?fbclid=IwAR3J4XUXaWi03XmUYrjFl82NWL7NQaRL7q5vLnRBpDqk_kCT7v2yyIt1n3s
Siempre acertada en tu análisis....
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