domingo, 27 de junio de 2021

 

CONSTITUCION EN VENA

Recordado desde la distancia de varias décadas e imbuida de la distópica tecnología que nos rodea, aderezado por el surrealismo real de los últimos meses y las extravagancias políticas de los últimos años, cuando intento escribir sobre el tema de referencia lo primero que aparece, domina y dirige mis ideas es una imagen adaptada a los tiempos de hoy. O, por qué no, a ciertas novelas escritas y leídas en épocas en que su trama parecía imposible de reproducirse en la realidad.

       Y es que desde luego el cerebro humano está por descubrir. A ver por qué, si quiero relatar cómo La Constitución Española de 1978 fue el faro que guió a muchas promociones de estudiantes de las Facultades de Derecho, lo que aparece en ese programador mental y natural (afortunadamente y todavía), que tenemos los humanos es una imagen en la que filas muy largas de jóvenes, algunos incluso con caras conocidas, van dando la vuelta por los patios y columnatas pétreas de la vieja Facultad de Derecho de Granada. La interminable fila termina llegando a un aula (que, curiosamente, coincide con aquélla a la que acudía durante la mayor parte de la carrera), hasta llegar a una tarima en la que la posición del profesor en su función de instruir a los alumnos es ocupada por varias personas vestidas de blanco, con mascarillas y una inyección preparada y lista para dar en el blanco, mientras los ojos de los que van acercándose son la viva muestra de la inquietud y desasosiego ante lo desconocido.

        Lo cierto es que hubo una amplia generación de españoles que estudiamos la carrera de Derecho durante los años ochenta y noventa del siglo XX. En un espectro universitario mucho más limitado que el actual en cuanto a elección de estudios y caminos profesionales a seguir, llenábamos las aulas de tal forma que casi no cabíamos en ellas, al menos hasta que la inercia del curso hacía mella en la voluntad de acudir a clase. Habíamos nacido y crecido en los estertores de la dictadura y empezado a tener conciencia del mundo en esa etapa algo denostada en estos tiempos llamada “transición” y en los primeros años de la democracia. Leyes como la del Divorcio ya estaban vigentes y, al menos personalmente, ni se me ocurría ponerla en duda. España y el mundo cambiaban a velocidad vertiginosa y las cuestiones morales, sociales y algo filosóficas imperaban a sus anchas en prácticamente todas las asignaturas. Quizás no era demasiado consciente entonces pero con los años me he preguntado muchas veces si en realidad estudié Derecho, aunque ciertamente textos legales como el Código Civil o el Penal me recuerdan que sí lo hice.

         
       Pero si escribo todo esto no es por la nostalgia que me embarga recordando o por la añoranza de saberme, entonces, con toda la vida por delante. Ni siquiera por posibles errores en los que puede haber incurrido o la falta de valentía para tomar ciertas decisiones. El tiempo se ha encargado de que lo asuma e incluso, en ocasiones, lo supere. La razón de estas palabras está provocada por el asombro continuo que me producen los constantes y reiterados ataques directos pero sobre todo indirectos, solapados, taimados, a la norma fundamental de nuestro país que no es otra que la Constitución Española de 1978. Esa amplia generación que menciono, en la que me incluyo, recibimos en vena las normas constitucionales, sus principios inspiradores, sus consecuencias, sus efectos. No había asignatura en la que no se la mencionara: desde los estudios de Derecho Natural en los que se la enlazaba con fundamentos filosóficos inherentes al ser humano hasta en el más puro Derecho Civil al tratar uno de sus pilares como es el derecho de propiedad.

         En ocasiones llego a plantearme si la cuestión es que me he quedado desfasada y no he sabido o podido evolucionar con los tiempos que me han tocado vivir. La esperanza de vida, las diferentes condiciones sociales, económicas y la evolución misma del ser humano en esta sociedad del “desarrollo” en la que nos encontramos me impiden considerarme obsoleta y anticuada por mucho que ciertas ideas o interpretaciones vengan arrollando bajo el carácter de avanzadas y progresistas, pues lo cierto es que en la naturaleza humana hay principios inmarcesibles e inmutables, muchos de los cuales fueron trabajados, acordados y establecidos en nuestra norma suprema, no obstante el intento reiterado y constante de abolirlos, finalidad que confío nunca se produzca.  

      A pesar de lo cansino que me parecía en ocasiones esa reiteración continúa de la Constitución, con los años me he dado cuenta de la trascendencia de la misma y por supuesto de la trascendencia de su inculcación. Los últimos tiempos políticos y sociales en España me lo han confirmado pues éstos se han hecho soportables en buena medida, gracias a Ella. Utilizando un símil muy actual: me vacunaron con la Constitución y por tanto soy inmune a los virus que la atacan por todos los frentes. Quiero pensar que en lugar de un futuro distópico y en ocasiones decadente, sea ésta la razón de por qué mi mente me dirigía al iniciar este artículo a un aula de llena de estudiantes de Derecho algo maduros reconvertida en sala de vacunación múltiple.