miércoles, 10 de agosto de 2022

 

OBSOLESCENCIA OBLIGADA

   Mi lavavajillas ha muerto. O mejor: lo han dejado morir. Es de una buena marca y ha cumplido su función durante dieciséis años. El técnico ha sentenciado que tiene no sé qué calcificado y que había que cambiarlo, pero ¡oh! es tan viejito que no hay pieza de recambio. Ya no las hacen. A mi pregunta de si podría valerle una universal para todo tipo de lavaplatos, la respuesta ha sido que no hay seguridad de que le sirva.

           Ante este deceso la solución, por lo visto, es que he de comprar uno nuevo, el cual por supuesto, por orden de la superioridad (esa que nos ordena y manda desde los más siniestros y ocultos parajes) ya no tendrá la misma duración. Estará perfectamente programado para autoinmolarse a los pocos años de su entrada en esta casa. Es el “modus operandi” del sistema económico ultra consumista en el que nos encontramos inmersos, también por orden de esa superioridad. Sistema que atenta contra los más elementales principios de la humanidad respetuosos con el equilibrio que debería imperar en ¿un utópico sistema? Claro que son principios fundados en filosofías que no están de moda. ¿Qué valor se le da a la responsabilidad, a la austeridad o al autodominio? ¿qué valor se le da a que nuestra parte racional gobierne con proporción nuestras inclinaciones irascibles y apetitivas? Pues ninguno. Desde esas instancias superiores se predica, se impulsa y en los últimos tiempos (y esto es lo peor) se impone, el destruir y como consecuencia el consumir como si no hubiera un mañana. ¿Tienes tres pantalones? Tíralos, rómpelos, quémalos para comprar otros tres. O trescientos, qué más da. Y si no eres capaz acumula. Acumula todo aquello que necesites pero sobre todo aquello que no necesites.

            Y esta es la finalidad que persiguen esos gobernantes en la sombra a través de sus delegados aparentes. A lo largo de mi infancia y parte de mi juventud oía hablar de la China comunista, país no tan ajeno a mí gracias a las novelas de Pearl S. Buck. Afortunadamente se sabía lo suficiente en aquellos tiempos no interconectados como para no creer en ese paraíso comunista. Lo más llamativo, y pensar en ello implica un importante ejercicio de autocontrol de mi parte racional sobre la irascible, es que es un mismo sistema marxista el que alienta el capitalismo de estado. Obviamente no es más que un ejemplo basado en mis propias vivencias. Hay muchos. Todos indeseables en mi opinión.

         


          Estas reflexiones me llevan, entre otras muchas, a dos consideraciones fundamentales.

Una, mi pobre lavavajillas no ha muerto por viejito, más bien no han querido salvarlo. Me pregunto cuánto tardará este sistema en hacer lo mismo con los seres humanos. El avance de las ciencias es innegable y abrumador y en general nos permite una vida mejor (entendido este adjetivo en términos actuales obviamente). A pesar de ello, ya se otean en el horizonte amenazas contra la vida humana que no se encuentre en condiciones compatibles con un rendimiento no sólo económico sino, y esto es lo que asusta, adepto y sometido al sistema. No me refiero a una decisión individual y meditada, acorde con las creencias de cada uno. Me refiero a que ¡oh! qué pena, no hay pieza de repuesto para ti porque no le vales al sistema.

Dos. Esa misma superioridad y sus acólitos han ido trazando, y siguen en ello, diversas consignas que confluyen en una: la defensa del medio ambiente y la concienciación sobre el cambio climático. De esta forma se llega al sinsentido de tener que escuchar que el desodorante en spray en uso individual por millones de individuos es altamente nocivo para la preservación de la calidad del aire. Deshacerse de un lavavajillas en perfecto funcionamiento porque le falta una pieza que ya no se fabrica y no se fabrica porque lo que interesa es que el aparato se tire y se compre uno nuevo que a su vez durará unos pocos años y así sucesivamente, es algo que está no sólo permitido, sino autorizado y fomentado por quienes nos gobiernan.

Por lo pronto he aparcado el comprar uno nuevo. Intento colaborar con el sistema lo mínimo imprescindible y lo último que me apetece estos días de agosto es ir a cualquier establecimiento (abarrotado por supuesto) a intentar buscar cuál de los flamantes ejemplares expuestos me hace un guiño de complicidad precio/duración. Mientras tanto he de guardar el luto por mi querido lavaplatos, y lo haré fregando a mano. A la antigua usanza aunque con agua corriente. Hasta que también lo prohíban por no respetar el medio ambiente.