LA DOBLE
“Tienes
las mismas piernas que Tina Turner”, le repetían sin cesar cada vez que cogía
el micrófono en el garito del barrio donde cantaba los sábados por la noche,
arrullada por la multitud de insectos y otras variadas especies del reino
animal que hacían de las riberas del Misisipi una filarmónica natural, acorde
con los tiempos ecologistas que corrían.
A
sus antepasados los trajeron aherrojados del Africa Central hacía tres siglos,
y varias generaciones gastaron sus vidas sirviendo a los blancos entre canto y
canto. Dicen que de esta manera lograban conectar con los espíritus que dejaron
allá y que se elevaban hacia un estado que les hacía más llevadera la
esclavitud. Lo mismo ocurría en todo el Caribe. La música era la mayor
manifestación de la multiculturalidad dominante, fruto de la influencia
africana, latinoamericana, española y francesa de Nueva Orleans.
Ella
no iba a ser menos pues con esa voz y esas piernas ¿qué mejor que dedicarse a
cantar? A fin de cuentas había logrado subir algunos peldaños en la escala
social frente a la mísera infancia que pasó entre chabolas. En esas estaba,
cantando sin mirar a nadie en particular y dándole vueltas a lo que podía
llevarse hoy entre el pago y las propinas, cuando oyó una voz: “-¡eh tú morena!
dedícame una canción”.
No
sabe si fue la sesión de vudú de la noche anterior en la que hizo diversas invocaciones, el simple azar o el sujeto que
le interpeló, con aspecto de “bon vivant
sureño”, lo que le llevó a entonar “Private Dancer”. No podía imaginar hasta
qué punto su letra sería premonitoria, pues recién terminada la canción Eliseo,
tal era su nombre, se le acercó y, cogiéndola suavemente por el brazo al mismo
tiempo que con una firme mirada ordenaba al jefe de todo aquello a no chistar,
la sentó en una mesa algo apartada con una copa del mejor ron que hubiera
probado nunca y que con seguridad no era el que se servía habitualmente entre
los clientes corrientes.
Eliseo
se presentó como manager musical aunque como descubrió más tarde era algo así
como un subagente que trabajaba para los auténticos. Le vendió que su curro
consistía en localizar a futuras promesas de la canción cuando lo cierto es que
esa búsqueda se centraba en encontrar a ingenuos artistas dotados de parecidos
y similitudes suficientes para hacerlos pasar por los verdaderos. Pero ella no
perdía nada con seguirle la corriente. Siempre había soñado con irse de aquella
violenta ciudad llena de bandas de distinto pelaje.
Así
que metió lo indispensable en una vieja maleta de tela guardada debajo del
camastro en el que dormía y se marchó con Eliseo a Baton Rouge, la capital, y
donde se centraba ahora cualquier movimiento económico, después del huracán
Katrina y la destrucción de buena parte de la ciudad. Eliseo la instaló en un
motel de las afueras, le compró un sanchwich de crema de cacahuete algo rancia,
y le dijo que descansara porque el día siguiente tenían mucho trabajo. Así
ocurrió: en una especie de almacén, grande y destartalado, lleno de cachivaches
e instrumentos de todo tipo, fue objeto de un detallado examen por parte de una
cuadrilla formada por gentes dedicadas al espectáculo. La pintaron, la
midieron, la vistieron, la manosearon y, cuando estuvo lista, el jefe de todo
aquello le espetó: “Venga Tina, dedícame una canción”. Al terminar, las
sonrisas de satisfacción y los aplausos llenaron el ambiente. Eliseo no cabía
en sí de gozo. Por fin, después de recorrerse media Norteamérica, parecía que
había hecho un buen negocio.
Le
pusieron un jugoso contrato por delante. Consistía en sustituir a Tina Turner
en la mayor parte de actos públicos en su próxima gira por Europa. La cantante
no pasaba por muy buena racha y quería prodigar lo menos posible sus
apariciones públicas, dejando sus fuerzas para las actuaciones. Las
sustituciones contratadas no incluían ruedas de prensa ni comunicación verbal
alguna fuera de algún saludo esporádico. Se limitaría a una sustitución física
claro que, dado que cantaba igual que la Turner, siempre podía ocurrir algún
imprevisto. La mente se le iba en imaginar una vida junto a la reina del rock.
Nada
más lejos de la realidad. El doblaje llegó a ser tan perfecto que nunca
coincidió con su idolatrada artista, aunque sí se vio obligada a ejecutar
alguna que otra “private dancing”. Con
ocasión del espectáculo previsto en una ciudad del sur de España conoció a
Ramón, de sangre gitana y fuego en el cuerpo, y se quedó con él. Ahora era la
doble de la protagonista de la función llamada “Tina Turner Tribute”.