jueves, 1 de mayo de 2025

 

NO QUIERO JUGAR MAS A VIVIR MOMENTOS HISTORICOS

 

            Apagón total en España. Dicen que también en Portugal y algunas zonas de otros países del sur de Europa, aunque la información es confusa dado que el único medio de comunicación que funciona es la radio. Suerte que cuando cumplí cincuenta años pedí como regalo, para sorpresa de los donantes, un transistor. A pilas. De los de toda la vida. No obstante el número de emisoras que llegan a mi aparato de radio ha ido disminuyendo hasta llegar al punto de que las únicas que he podido sintonizar han sido las locuciones emitidas desde las que son sufragadas por los respectivos gobiernos, nacional y autonómico. Otras, que si bien contribuyen aduladoramente  en numerosas ocasiones al mantenimiento de los diversos sistemas gubernamentales, son algo más interesantes, pues ofrecen de tanto en tanto la sorpresa de algún valiente que se sale del buenismo y orden establecido por las castas políticas. Debo reconocer que por un momento más o menos largo he olvidado uno de los mantras que he hecho mío alcanzada la madurez (“quien te enfada te domina”) y he llegado a ofuscarme. Venezuela, Rusia y similares han aparecido en el horizonte, sumado al dato de que la locutora de un programa radiofónico en prime time y en un día como hoy parecía jactarse de no saber cómo se llamaba la energía producida por la fuerza del agua. Se lo he dicho pero no me ha oído.

            A mí el apagón me ha pillado en una sala de reuniones situada en el sótano de un pequeño hotel en la calle principal de San Pedro de Alcántara, con unas setenta personas, el noventa por ciento de ellas extranjeras, con lo que el idioma y el ambiente común era el inglés, que difiere en sus expresiones del español. Lo que parecía un simple corte temporal de suministro empezó a agrandarse (las noticias, como el agua, siempre afloran buscando sus caminos) y pasó a ser un apagón general, completo y radical del fluido eléctrico.

            Asumida la sorpresa de lo que ya se intuía iba a convertirse en otro momento histórico y con la paz mental de no encontrarme encerrada en un ascensor, en un avión lejos de tierra firme a la que asirme con la fuerza de mis pies o en un hospital pendiendo mi vida de un respirador, y como el ser humano es un animal de costumbres, a pesar de ser ya las dos de la tarde, la inercia me ha conducido a mi despacho, recordándome eso sí, que debía subir cinco pisos sin ascensor. Una vez dentro, como si el asunto no fuera conmigo, le doy al interruptor de la luz, abro la persiana y, cómo no, dirijo mi mano a encender el ordenador. Cuando parece que mi mente se acostumbra a un nuevo status quo, directa a la impresora a fotocopiar. Como nada funciona y a la vista del éxito, no me he dejado achantar: había ido a trabajar, algo tenía que hacer. He desplegado en la mesa tres expedientes antiguos con objeto de limpiarlos y archivarlos. A mano, con bolígrafo, en carpetas de papel, sin máquinas. Lo he considerado un pequeño triunfo en la batalla del mundo globalizado y dependiente en el que vivimos.

            Con la satisfacción del deber cumplido (pequeñísimo deber en el día de trabajo de un autónomo) y de vuelta a casa con apetito, me digo que no importa la situación: el almuerzo lo tengo solucionado ya que quedan una habichuelillas de ayer que se pueden calentar en el microondas y pan para descongelar con el que preparar un bocadillo. La mente sigue adaptada a sus hábitos, lo que viene a ser ratificado porque a continuación me planteo en qué actividad productiva puedo emplear mi tiempo: no tengo posibilidad de obtener notificaciones de los Juzgados, presentar o enviar escrito alguno, liquidar unos impuestos pendientes en la web de Hacienda, revisar las cuentas, ni siquiera hacer llamadas pendientes con el fin de no gastar batería del teléfono. No puedo poner ni una triste lavadora.

            ¿Qué mejor que un buen libro? Perfecto. Pero va en conta de mi rutina laborable de un lunes: es hora de trabajo y no de lectura. Confío poder superar esta educación judeo-cristiana del deber y en breve retomar la novela que estoy leyendo estos días. Por cierto, muy entretenida. Antes, no obstante, poniéndome a prueba y con la solapada finalidad de obtener otro pequeño triunfo, he cogido unos folios y un bolígrafo y en una mesa he dedicado unos minutos de esta ajetreada existencia a escribir este artículo. Para dejar constancia, para desfogarme, para sentir que cumplo con mi cupo de laboriosidad diaria aunque sea fuera del mundo jurídico, como reivindicación a la convicción de que los sumos poderes nunca nos contarán la verdad. Pero me voy a dar el gusto de pensar que lo hago por el simple placer de escribir. A mano, con tachaduras, con notas al margen, sin máquinas.

 

            P.D.: al término de escribir este pequeño relato sobre otro momento histórico sigo sin poder sintonizar emisoras no gubernamentales. ¿Será cosa de mi viejo transistor?