sábado, 30 de marzo de 2024

 

EL TUMULO

        Gonzalo Fernández no había vuelto a pisar esa playa desde hacía más de tres años. Entonces formaba parte de la tripulación del bergantín Nuestra Señora de Guadalupe, el cual, a pesar del nombre, estaba lejos de ser fiel reflejo del camino cristiano. Por lo visto se lo puso el armador por una promesa que hizo en Méjico a la mismísima Virgen de Guadalupe, cuentan que después de verse metido en ciertos asuntos turbios de los que consiguió salir bien parado.


         

        Habían levado anclas con las primeras luces del día para internarse por un archipiélago plagado de islas diminutas entre atolones de coral. Para sortearlas era necesario aprovechar la claridad fulgurante de un luminoso día sin una gota de viento que hacía del mar un espejo invertido en el que se reflejaba el fondo marino. Gonzalo, a pesar de conocer los peligros de las maniobras a realizar, se las veía felices dando órdenes a la marinería desde el puente de mando.

                -Contramaestre Fernández, prepárese para desembarcar con tres marineros de su elección en la isla central de las tres situadas a babor en misión de reconocimiento.

                - Pero mi capitán …- intentó argumentar Gonzalo.

                -¿He de repetírselo?

        Gonzalo desistió. Las órdenes del capitán eran de cumplimiento inmediato. Era este un tipo rudo, áspero en sus maneras y riguroso en el cumplimiento del deber. No valía la pena exponerse a una reprimenda de su superior por el propósito de hacerle saber que conocía los peligros de desembarcar e internarse en aquéllas islas, así que escogió a tres marineros, bien conocidos por él: el grumete Jáuregui, al que buena falta le hacía soltarse un poco, Alonso el de Jérez, una mole capaz de enfrentarse a todo y García, conocido como “el francés” porque había sido apresado por los franceses durante la Guerra de la Independencia y obligado a luchar con el ejército gabacho en las estepas rusas.

      Armados con un par de bayonetas y tres fusiles de asalto arriaron el bote del pescante superior de estribor y antes de lo que pensaban estaban pisando la finísima arena blanca que daba la bienvenida a la isla antes de ser engullida por un entramado de exuberante y variopinta vegetación, además de una heterogénea y desconocida fauna para unos representantes de la Hispania más auténtica. Tampoco a sus compañeros de obligada aventura les participó de sus previos conocimientos sobre aquel lugar abandonado del mundo.

       Había que repartirse el terreno. Alonso dijo que él sólo se bastaba y sin mediar palabra se internó a machetazos entre las primeras palmeras. García cogió al inexperto joven hacia el pequeño promontorio que asomaba entre el verdor en busca de agua potable, y él se quedó a hacer la ronda por las playas circundantes, que no le eran tan desconocidas. En su otra vida se había dedicado a la piratería durante un buen puñado de años. El ansia de aventura y de salir de la miseria de su pequeña aldea extremeña le había llevado a incorporarse a tripulaciones de dudosa reputación. Vivió aventuras y salió de la miseria, pero nunca se hizo rico con tesoros de buques atracados ni descubriendo oro dónde sólo había piedras.

       Después de caminar un rato y siempre atento, se sentó en un tronco de palmera cercano a la orilla. Sacó su navaja y comenzó a desbrozar la corteza en un ejercicio de divertimento artístico. Decidió dejar su impronta en aquella pequeña isla y se adentró entre los primeros arbustos buscando un par de piedras. Cuál fue su asombro al darse de bruces con un túmulo repleto de ellas dominado por una cruz de piedra en la que se podía leer: “Aquí yace Gastón Vallejo el Saqueador, terror de los Mares del Sur, famoso por sus conquistas y rico por sus tesoros”. Al inclinarse, Gonzalo constató que la erosión del viento y la lluvia habían dejado al descubierto una argolla corroída por el tiempo.  

               

No hay comentarios:

Publicar un comentario