martes, 4 de febrero de 2025

 

¿Y SI ME LARGO A LA ISLA DE GUAM?

    Me estoy replanteando seriamente mi futuro. A mis cuarenta años me encuentro inmerso en una profunda crisis existencial. Profesionalmente hablando. La última guardia ha podido conmigo.

      El primero ha sido un chico en la veintena. Inglés, pelirrojo, con los demás atributos propios de muchos de los oriundos de la Gran Albión y con cara de sueño. Delito contra la seguridad vial por conducir sin carnet. Ni ahora ni nunca. Ha empotrado el coche que conducía contra el de delante. Lo ha debido hacer de tal forma que los siguientes también han sido desplazados y afectados por el golpe. La asistencia ha sido a primera hora ya que su vuelo de vuelta sale por la tarde y hay que pasarlo a disposición judicial sin demora.

       El segundo es de León. Muy español y con muchas otras detenciones a sus espaldas. Se ha peleado con un fulano y le ha abierto una brecha en la cabeza. Dice que trabaja. No dice dónde. Tampoco declara, para qué, si de todas formas mañana lo habrá de hacer ante el Juzgado.

     El tercero es portugués. Está pasando unos días de vacaciones en una autocaravana, pero tuvo el inconveniente de que un sudamericano indigente intentara colarse para robarle, lo que le enfureció bastante y, aun cuando el presunto ladrón era un pobre hombre, un sentido primitivo y atávico de autodefensa ante la amenaza de un peligro le llevó a darle algún golpe demasiado fuerte que ha provocado lesiones al invasor. Ha sido asistido por un intérprete de portugués por teléfono. Lo curioso es que, al usar el derecho a comunicar su detención a quien estime oportuno, ha llamado a su novia española con la que se entiende perfectamente en español. Es el más normal de los asistidos en la guardia de hoy. Un mal día lo tiene cualquiera. No sé si querrá volver de nuevo de vacaciones a España.

     El cuarto es el indigente. A este lo asisto directamente en calabozos. Por lo visto no se encuentra muy bien: está bastante sucio y ha vomitado varias veces. Ni el mismo policía encargado del caso está por la labor de subirlo a esos despachitos, poco más limpios, en los que algo apretujados, se realizan las asistencias a los detenidos. Desde la puerta de rejas que da al pasillo de las celdas observo que les está costando levantarlo y traerlo hasta la entrada. Ni siquiera va con esposas. Casi ni se sostiene en pie.

Bajar al calabozo en la Comisaría es toda una experiencia aunque hoy no olía demasiado mal. No obstante siempre que bajo y me encuentra con el policía encargado me pregunto cómo lo hace, digo, el estar allí envuelto en una penumbra olorosa de efluvios varios, escuchando los lamentos de alguno, los gritos de otros, las ansiedades provocadas por el mono o el silencio del que por primera vez accede a la condición de detenido. Ese silencio también se escucha.

Los siguientes son dos marroquíes a los que asisto por separado, obviamente. Paseaban por una avenida del centro cuando en un hostal observaron que no había nadie en recepción y bueno ya que estaban, entraron y se llevaron una mochila sin dueño cerca. No deben ser muy espabilados porque el huésped y dueño de la mochila insistió en ver las grabaciones de las cámaras de seguridad, se dio una vuelta por la zona y se los encontró sentaditos en una terraza cercana. Avisada la policía fueron por la mochila a un barrio no muy recomendable y se la devolvieron al suizo. Eso sí, sin los cuatrocientos francos que tenía dentro. Haciendo la cuenta con los polis por eso de hacer tiempo entre uno y otro, esto equivale a 415 euros más o menos. Lástima. Se pasa de los 400 euros para que sea un delito leve de hurto. Estos llevan ya dos noches en el calabozo y otra que les queda. El más mayor tenía pendiente una requisitoria de un Juzgado de Barcelona para un juicio que se celebra en dos días. No tenía pinta de querer ir. El otro, más joven, libraba del trabajo esos dos días pero hoy entraba a las nueve de la noche. Ha llamado a la madre para que avise a su jefe en el chiringuito de la playa donde trabaja. La madre le ha contestado en su español-marroquí que cuando salga de trabajar, ella sí, irá. Ha aprovechado para preguntar a su hijo cuando va a dejar de meterse en problemas. Al colgar el teléfono el hijo y volverse hacia mi estaba llorando.

Presenciar ese momento en el que las madres se enteran del arresto de sus hijos es también toda una experiencia. Las imagino preocupadas por no saber nada de ellos y no queriendo saber hasta que suena el teléfono y es la policía. Las imagino rezando cada una a su dios particular. Las imagino preguntándose qué han hecho mal.

Del departamento de Estupefacientes me traen a una señora sin decirme concretamente qué presunto delito ha cometido. Tiene buen aspecto, española media, de mediana edad aunque su aspecto es algo desaseado, lo que la hace mayor. Parece mi madre. Cuenta que pasa durante el mes quince días en casa de cada uno de sus hijos y que, trasladando sus pertenencias de una a otra ha aparecido la policía y la han detenido por tráfico de estupefacientes y organización criminal. Parece de chiste. Le han dicho que la van a dejar en libertad en un rato y que tendrá que ir al Juzgado cuando la llamen en los próximos días. Es la primera vez que la detienen y no sabe muy bien cómo va esto. Mantiene su inocencia y habla con su hija. Pide su móvil y algo del dinero incautado para coger un taxi.  Cuando al rato voy a salir de Comisaría me la encuentro esperando el taxi. Su hijo sigue dentro y me comenta que quería también abogado de oficio. A mí no me han llamado para asistirlo. Me temo que es otra madre entregada. Y abnegada.

Cuando te avisan de una detención en UFAM te esperas casos de violencia más o menos habituales. No vas preparado para encontrarte un asunto de abandono de menores. Primera idea: el padre se ha largado. No, es una mujer. También yonki. Segunda idea: necesitaba un chute y fue a buscarlo. Se fue del hospital dejando a su hija. Toda historia puede ser peor: ¿qué pasará con la niña? El policía me cuenta que será llevada a un centro de acogida. Si sobrevive. Está recién nacida y luchando contra la heroína que le ha transmitido la madre se metía durante el embarazo. Cuando me ve la madre casi se me arrodilla suplicando que le ayude a recuperar a su hija. Es bastante difícil hacerle entender que estoy allí sólo para asistirla en la detención y que habrá trámites posteriores. Insiste en que quiere un médico. Me temo para qué. A falta de un chute ilegal, uno legal.    

Toca ahora otra mujer. Española y también yonki. La he atendido dos veces: una por la mañana y otra por la tarde. En la de por la tarde se ha unido uno que por lo visto la acompañaba cuando trataba de comprar con una tarjeta robada, para lo que se valió solita en una farmacia de la avenida principal un rato antes. El, también yonki, ha pasado de todo, se le veía entregado, firma y se vuelve a su celda. Son habituales en Comisaría y en Juzgado. También los atendemos en los calabozos aunque por la tarde la observo mejor. Por lo visto le han dado algo para el mono y ha debido surtir efecto porque se la tenía jurada a la policía que le había negado tabaco, y ha dicho que quería declarar. Es una manera de desesperarnos y lo sabe. En cuanto nos ve predispuestos desiste. Esto último se ha desarrollado en los calabozos en una escena casi dantesca que recordaba al camarote de los hermanos Marx: en unos pocos metros cuadrados de semioscuridad pastosa el personal sanitario reconociendo a algunos de los aquí presentes, con los consiguientes gemidos y rugidos más o menos variados, los policías intentando poner orden, el abogado (yo mismo) haciendo un amago de retirarse hacia las escaleras. Mientras tanto, la madre del presunto traficante recibía sus pertenencias apocada en un rincón, mirando la escena con cara de alucinada.

Supongo será la crisis de los cuarenta, pero he sacado un mapamundi del armario trastero y he empezado a dar vueltas a la bola hasta que mi dedo índice se ha parado en mitad del Pacífico. El territorio más cercano era la isla de Guam.

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