jueves, 19 de septiembre de 2019


"El sombrero de Vermeer", una original forma de relatar Historia asomándose a ella desde la pintura holandesa del siglo XVII

    https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2019/09/resena-de-ei-sombrero-de-vermeer-de.html


      Timothy Brook (Toronto 1951) es escritor, historiador y sinólogo. Autor de varias obras y profesor de estudios sobre China en la Universidad de la Columbia Británica de Vancouver. Por esta obra ganó el Mark Lynton History Prize en 2009. En España se publica en abril de 2019 por Tusquets Editores.
         Vuelvo a escribir sobre un libro que, si bien me fue recomendado, también me atrajo por su portada y su título. Vermeer ejerce un influjo que me lleva a considerarlo consustancial a mi persona, como si formara parte de mí, y no sólo por las consecuencias que contemplar su pintura me provoca.
         La obra se estructura en varios capítulos en los que se parte de ocho obras: cinco cuadros de Vermeer, otro de Hendrik van der Burch, uno de Leonaert Bramer y un plato de cerámica de Delft. La excusa son las obras, por más que dicha excusa no necesite justificación alguna.
         Partiendo de cada uno de los cuadros y de la cerámica, y tomando como referencia alguno de los objetos que figuran en las obras, Brook nos introduce de lleno en el siglo XVII valiéndose en buena parte de la técnica francesa del “trompe l’oeil” o trampantojo, que provoca una intensificación de la realidad plasmada, tal y como lo hacía Vermeer. Y  Brook nos lleva a través de esas obras a temas, lugares, hechos, que no aparecen de forma explícita. El autor quiere que estas obras, a partir de algún motivo reflejado en ellas, humano o material, sean una ventana hacia la historia, concretamente hacia el siglo XVII. El mismo autor lo explica de la siguiente forma: Si consideramos los objetos que aparecen en ellos no como piezas de atrezo visibles a través de las ventanas, sino como puertas que es preciso abrir, nos introduciremos en pasajes que conducen a descubrimientos sobre el mundo del siglo XVII que los mismos cuadros no reconocen, y de los que el propio pintor probablemente no era consciente. Detrás de estas puertas discurren corredores inesperados y caminos ignotos que vinculan nuestro confuso presente —hasta extremos que no podríamos haber imaginado, y de maneras que nos sorprenderán— a un pasado que no era en absoluto sencillo. Si existe un tema recurrente en el complejo pasado de la Delft del siglo XVII, como mostrará cada objeto que examinemos en estos cuadros, es que Delft no era una ciudad aislada. Existía dentro de un mundo que se extendía hacia el exterior, hasta abarcar todo el planeta”.
         De esta forma capítulo a capítulo se van abriendo puertas, partiendo siempre de los cuadros: la creación de la “VOC” o Compañía de las Indias Orientales, primera gran sociedad anónima del mundo en el capitalismo incipiente; la búsqueda a través de los Grandes Lagos en Canadá de una vía directa hacia China y el comercio de la piel de castor que permitía el fieltro de alta calidad para fabricar los mejores sombreros, en una época en que el sombrero era pieza importante para determinar el estatus; el descubrimiento y la importancia, social y económica, que la porcelana china tuvo en este siglo; el desarrollo de la cartografía como herramienta fundamental para las comunicaciones marítimas que aumentaban exponencialmente y que produjeron una auténtico maremágnum de mercancías y personas; el origen, las propiedades, la difusión, el comercio del tabaco y su asunción por parte de europeos y asiáticos; la importancia que la plata tuvo, cobrando vida propia como mercancía global, lo que lleva al autor a enlazar con la intensa relación comercial entre China y Filipinas, especialmente Manila dominada por los españoles, y las rutas transoceánicas como consecuencia de los intereses económicos originados por este metal, de tal forma que “el metal extraído en un continente pagaba los artículos manufacturados en otro para que se consumieran en un tercero”; el amplio mundo de desplazamientos y movimientos humanos, viajes que ocasionaron servidumbre y desarraigo y a veces también arraigos y asentamientos vitalicios en tierras lejanas y diferentes a aquellas en que se nació y creció.
Si el siglo XVI fue un siglo de descubrimientos y los posteriores nos traen el imperialismo, el siglo XVII fue un siglo de conexiones, de encuentros e intercambios, de comunicación y por ello, tal y como señala Brook, de improvisación, de crecimiento constante a través de una serie de redes que se ramifican a su vez y generan el comienzo de la globalización. Desde la óptica cultural el autor cita al historiador cubano Fernando Ortiz que resume de manera excepcional la realidad de entonces, denominándola “transculturación” o proceso por el cual los hábitos y rasgos de una cultura se desplazan a otra hasta el punto de pasar a formar parte de ésta, y a su vez cambian la cultura en la que se han introducido.
La obra incurre en algunos tópicos, siempre perdonables a mi juicio, y en ocasiones adolece de excesivos datos contables. Es indudable, por otra parte, que el autor ha aprovechado sus vastos conocimientos históricos y sociológicos, especialmente sobre la historia y la cultura china. Sin embargo no por ello desmerece, encontrando una vía ciertamente original para hacernos llegar aspectos muy variados de los albores del mundo globalizado. A fin de cuentas ha escogido una de las mejores ventanas desde la que asomarse a ese mundo (si no la mejor): JOHANNES VERMEER.  

3 comentarios:

  1. Teniendo como base a Veermer, poco o nada puede estar mal

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  2. Esa también es mi opinión y espero que mi reseña no desmerezca. Habrá que echarse unas "gotitas de Vermeer" cada mañana ...;-)

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  3. estupenda reseña, yo la pondría entera en tu blog en lugar del link, entre otras cosas para poder comentarla directamente, me alegro mucho de que escribas para nosotros.

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