sábado, 11 de abril de 2020


    
POR ELLOS, POR TI, POR MI    
     
         Todas las mañanas coge el tren muy temprano. Se baja en la estación que le deja cerca del hospital de campaña montado a las afueras de la ciudad para albergar los excedentes de enfermos menos graves afectados por la epidemia que se ha extendido por todo el país. Se siente afortunada: por sus circunstancias personales la han incluido en turnos diurnos, librándose así de esas noches interminables en las que los temores, más o menos fundados dada la situación, se apropian de nuestras mentes, volcándolas en un torbellino onírico incompatible por entero con cualquier descanso.
           
        El primer día que llegó pensaba que no iba a ser capaz. Habían pasado muchos años, a lo largo de los cuales intentó por todos los medios apartar de su vida todo lo que se relacionara con palabras tales como sanidad, medicina, enfermos, tratamientos y cualquiera otra similar. Su único nexo de unión a ese mundo fueron las revisiones pediátricas de su hijo y las periódicas propias que no podía soslayar.
          
           Primero fue un aviso en el estómago, una punzada que provocó un desasosiego de origen desconocido. Después fue su conciencia, minando la firmeza de esa promesa que se hizo a sí misma de no volver a ejercer la medicina. Por último fue el corazón, al que le bastaron menos de dos días para convencerla de que su contribución era necesaria.
        
          Todas las mañanas coge el tren muy temprano. Y cada día vuelve a recordar la vieja historia que le contaba su abuela: mi madre murió cuando yo tenía seis años y ella veintiséis. Embarazada de su tercer hijo, fue a cuidar a una tía enferma. Se contagió de lo que se llamó gripe española. Era 1918. Su abuela siempre le contaba muchas historias. En el traqueteo del tren percibe una calidez interior, mezcla de nostalgia, consuelo y fortaleza, y vuelve a plantearse si todo pasa para algo: ayudando a salvar vidas en estos momentos conseguirá superar la imagen permanente de aquel muchacho que se le murió en los brazos y siente que de algún modo ha resarcido la orfandad en la que se crió su abuela y que ella llevaba impregnada en sus huesos a la manera de las estirpes macondianas.  

           

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