viernes, 6 de diciembre de 2019


EL BOSQUE DE COBRE       

      Día 6 de diciembre. Día de San Nicolás y día de la Constitución. Fiesta Nacional. Por eso de que más vale tarde que nunca, me decidí por fin a acercarme a esta zona de la provincia de Málaga, movida por unas fotos que una amiga me envió hace un par de semanas. Ya digo: tarde. Los colores marrones, amarillos, naranjas, ocres, del otoño han dado paso a otros más cercanos al invierno. Aun así, ha merecido la pena.
    Subiendo por la carretera de Ronda hemos girado a la izquierda hacia Igualeja. Aparcando a las afueras del pueblo, nos dirigimos al nacimiento del río Genal situado dentro de una cueva y que da nombre al valle que conforma esta zona de la comarca de la Serranía de Ronda.













      










 En pocos minutos en coche se llega a Pujerra. En este pequeño pueblo cualquier camino te adentra en los castañares. Ya estaban despojados en buena parte de sus hojas pero las estampas guardadas en nuestras retinas (y también en nuestros móviles) siguen siendo espectaculares. 



 




 






     










      El camino hacia Pujerra y desde Pujerra nos permite atisbar parte de las grandes pendientes y las sierras agrestes que rodean el valle y en la que sitúan muchos de sus pequeños municipios, con nombres que llevan a querer adentrarse en el estudio de la toponimia, intentando encontrar la conexión de cada lugar con lo que ese nombre significa: además de los ya nombrados encontramos Parauta, Cartajima, Júzcar, Alpandeire, Banalauría, Algatocín, Jubrique, Gaucín y otros. .





 


     En esto que paseando por Pujerra hemos conocido a Mariana. Nos ha contado que este año la cosecha de castañas ha sido muy mala y que incluso ha cerrado la cooperativa, que hemos visto una vez pasado el pueblo, por la sinuosa y estrecha carretera que lleva de nuevo a la principal de Ronda-San Pedro. Una pena. Los escasos recursos de estas comarcas no están entre los asuntos a resolver por parte de aquéllos a quienes les corresponde. Deben de estar ocupados en temas de más alto nivel. 


    
      Mariana estaba esperando a que llegaran su hija y su nieto de Málaga y entretanto amablemente nos ha invitado a ver "su Belén", hecho por ella enteramente, con multitud de detalles, además de contarnos que se dedica a fabricar objetos con esparto. No ha querido salir en las fotos pero sí nos ha permitido fotografiar su obra, de la que estaba muy orgullosa. No podía faltar en Pujerra la castañera.

 

     Se acerca el invierno, época para muchos de introversión y cierta tristeza. Los días son cortos, hay poca luz, el ambiente nos empuja hacia dentro de nosotros mismos y todo parece que va apagándose. Sin embargo, a pesar de no ser un olmo y estar en diciembre, he recordado y recitado a Antonio Machado nada más verlo. De más está decir que "he anotado en mi cartera la gracia de su rama verdecida", ya que "mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida otro milagro de la primavera." 

domingo, 17 de noviembre de 2019





HACIA LA BELLEZA
               

David Foenkinos (París, 1974) es Licenciado en Letras por la Universidad de La Sorbona y tiene una amplia formación como músico de jazz. Publicó su primer libro en 2002, si bien no fue hasta 2004 cuando su carrera literaria comenzó a despegar con “El potencial erótico de mi mujer”. Autor de varias novelas y una biografía novelada de John Lennon, sus dos obras más destacadas han sido “La delicadeza” (2009) llevada después al cine por el propio autor como codirector, y “Charlotte” (2015) premiada con varios galardones entre ellos el Premio Goncourt des Lycéens. “Hacia la belleza” es su última novela, publicada en 2018. En España por Alfaguara en 2019.


Movida, como tantas veces, por el título y la portada del libro, me animé a participar a distancia en una de las novelas propuestas en el Club de Lectura “Corazón de María” de Madrid. Había oído hablar del libro y me había llamado la atención el título tan sublime. Qué mejor ocasión.
           
         Antoine Duris es profesor en la Escuela de Bellas Artes de Lyon. Se ha separado de Louise después de siete años de convivencia. Ha continuado su vida como ha podido. De la noche a la mañana deja todo lo que tenía y se traslada a París. Anticipándose a preguntas de familiares y conocidos argumenta que se retira para escribir un libro y que no estará para nadie durante un tiempo. Con el fin de encontrar un trabajo y movido por una especie de premonición se presenta al puesto de vigilante del Museo de Orsay, lo que, dado su curriculum, crea gran desconcierto en la responsable de recursos humanos, Mathilde Mattel, encargada de la selección de personal, con la que establece un vínculo especial originado por el amor a la pintura que ambos comparten. A él le parece el trabajo perfecto para conseguir una aparente “invisibilidad”, ya que los vigilantes de museos no existen para la multitud que los visita.
            
        Obtiene el puesto y le destinan a vigilar la recién estrenada retrospectiva sobre Modigliani, casualmente el pintor sobre el que hizo su tesis años antes. Concretamente su silla de vigilante se sitúa delante del retrato de Jeanne Hébuterne, que fuera pareja del artista en sus últimos años y de trágico destino. Durante las horas de trabajo contempla la pintura e incluso se comunica con ella entre el gentío de turistas que suele abarrotar la sala de exposiciones y siempre que sus obligaciones se lo permiten.
            
          Antoine lo que quiere es desaparecer, destruir cualquier vínculo con el mundo, tanto con el que tenía como con el que ahora tiene. Sabedor de que cuánto más invisible quieras ser más visible te haces frente a la sociedad que te rodea, se esfuerza por participar del indispensable juego social necesario para sobrevivir: “de nuevo la incongruencia de tener que mostrarse lo bastante sociable como para no llamar la atención”. Pero detrás de su estado depresivo y decaído se esconde la historia de otra protagonista: Camille Perrotin, desarrollada en la segunda y en la tercera parte de libro de forma paralela a la vida de Antoine, hasta que sus caminos se cruzan cuando Camille llega a ser su alumna y llama la atención del profesor por su brillantez. Sin embargo, Camille lleva consigo un drama personal que mantiene en secreto y que combate con su pasión por la pintura y el poder cicatrizador de la belleza: “Las tristezas se olvidan con Botticelli, los miedos se atenúan con Rembrandt y las penas se reducen con Chagall”.

Debido a un error en su trabajo consecuencia de sus vastos conocimientos artísticos, recupera su antiguo ser y decide volver a Lyon. Con la ayuda de Mathilde descubrirá que el sentimiento de culpa que le llevó a huir e intentar desligarse de toda su vida no tenía razón de ser. Las cosas, a veces, no son lo que parecen o no son lo que pensamos que son dejándonos llevar por hechos externos y apariencias. 

Aficionada al cine francés, leer “Hacia la belleza” ha provocado una continua visualización de secuencias de fotogramas de una buena película francesa: allí estaban François Cluzet, Sophie Marceau, Fabrice Luchini o Juliette Binoche por nombrar a algunos, desenvolviéndose en los diferentes decorados por los que transcurre la historia los cuales, sin describirse en la páginas, son perfectamente identificables en nuestra imaginación a medida que avanzamos en la lectura. 
            
          Ha sido la primera obra de Foenkinos que ha llegado a mis manos y puedo afirmar que “Hacia la belleza”, con sus escasas doscientas páginas, es una hermosa novela, intimista, filosófica y en cierto modo esperanzadora. Una muestra de cómo “la belleza es siempre el mejor recurso contra la incertidumbre”, pero también de cómo el amor por el arte puede sustentar una existencia y de que es posible alcanzar la redención y el perdonarse a uno mismo a través del camino que nos lleva a la contemplación de la belleza.  


https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2019/11/resena-de-hacia-la-belleza-de-david.html


   

domingo, 29 de septiembre de 2019


FACHADAS DE PRAGA



   En el año 2002 estuve en Praga, recién acaecida una de las mayores inundaciones que se recuerdan en esta ciudad. De esta forma evité las grandes masas de turistas. Hace unos días volví a Praga. Me planteo desde hace años si el turismo acaba con el turismo. El centro de la ciudad está totalmente colapsado de ingentes grupos de personas, en las que inevitablemente estoy incluida, lo cual demuestra lo hermosa que es esta ciudad, que, pese a ello, no pierde su encanto. Bien inmersa en el gentío turístico, bien intentando escapar de él, he logrado por momentos aislarme para extraer, visual y emocionalmente, bellas imágenes que sin duda y a pesar de todo, alimentan el espíritu viajero que siempre me acompaña.  





  • jueves, 19 de septiembre de 2019


    "El sombrero de Vermeer", una original forma de relatar Historia asomándose a ella desde la pintura holandesa del siglo XVII

        https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2019/09/resena-de-ei-sombrero-de-vermeer-de.html


          Timothy Brook (Toronto 1951) es escritor, historiador y sinólogo. Autor de varias obras y profesor de estudios sobre China en la Universidad de la Columbia Británica de Vancouver. Por esta obra ganó el Mark Lynton History Prize en 2009. En España se publica en abril de 2019 por Tusquets Editores.
             Vuelvo a escribir sobre un libro que, si bien me fue recomendado, también me atrajo por su portada y su título. Vermeer ejerce un influjo que me lleva a considerarlo consustancial a mi persona, como si formara parte de mí, y no sólo por las consecuencias que contemplar su pintura me provoca.
             La obra se estructura en varios capítulos en los que se parte de ocho obras: cinco cuadros de Vermeer, otro de Hendrik van der Burch, uno de Leonaert Bramer y un plato de cerámica de Delft. La excusa son las obras, por más que dicha excusa no necesite justificación alguna.
             Partiendo de cada uno de los cuadros y de la cerámica, y tomando como referencia alguno de los objetos que figuran en las obras, Brook nos introduce de lleno en el siglo XVII valiéndose en buena parte de la técnica francesa del “trompe l’oeil” o trampantojo, que provoca una intensificación de la realidad plasmada, tal y como lo hacía Vermeer. Y  Brook nos lleva a través de esas obras a temas, lugares, hechos, que no aparecen de forma explícita. El autor quiere que estas obras, a partir de algún motivo reflejado en ellas, humano o material, sean una ventana hacia la historia, concretamente hacia el siglo XVII. El mismo autor lo explica de la siguiente forma: Si consideramos los objetos que aparecen en ellos no como piezas de atrezo visibles a través de las ventanas, sino como puertas que es preciso abrir, nos introduciremos en pasajes que conducen a descubrimientos sobre el mundo del siglo XVII que los mismos cuadros no reconocen, y de los que el propio pintor probablemente no era consciente. Detrás de estas puertas discurren corredores inesperados y caminos ignotos que vinculan nuestro confuso presente —hasta extremos que no podríamos haber imaginado, y de maneras que nos sorprenderán— a un pasado que no era en absoluto sencillo. Si existe un tema recurrente en el complejo pasado de la Delft del siglo XVII, como mostrará cada objeto que examinemos en estos cuadros, es que Delft no era una ciudad aislada. Existía dentro de un mundo que se extendía hacia el exterior, hasta abarcar todo el planeta”.
             De esta forma capítulo a capítulo se van abriendo puertas, partiendo siempre de los cuadros: la creación de la “VOC” o Compañía de las Indias Orientales, primera gran sociedad anónima del mundo en el capitalismo incipiente; la búsqueda a través de los Grandes Lagos en Canadá de una vía directa hacia China y el comercio de la piel de castor que permitía el fieltro de alta calidad para fabricar los mejores sombreros, en una época en que el sombrero era pieza importante para determinar el estatus; el descubrimiento y la importancia, social y económica, que la porcelana china tuvo en este siglo; el desarrollo de la cartografía como herramienta fundamental para las comunicaciones marítimas que aumentaban exponencialmente y que produjeron una auténtico maremágnum de mercancías y personas; el origen, las propiedades, la difusión, el comercio del tabaco y su asunción por parte de europeos y asiáticos; la importancia que la plata tuvo, cobrando vida propia como mercancía global, lo que lleva al autor a enlazar con la intensa relación comercial entre China y Filipinas, especialmente Manila dominada por los españoles, y las rutas transoceánicas como consecuencia de los intereses económicos originados por este metal, de tal forma que “el metal extraído en un continente pagaba los artículos manufacturados en otro para que se consumieran en un tercero”; el amplio mundo de desplazamientos y movimientos humanos, viajes que ocasionaron servidumbre y desarraigo y a veces también arraigos y asentamientos vitalicios en tierras lejanas y diferentes a aquellas en que se nació y creció.
    Si el siglo XVI fue un siglo de descubrimientos y los posteriores nos traen el imperialismo, el siglo XVII fue un siglo de conexiones, de encuentros e intercambios, de comunicación y por ello, tal y como señala Brook, de improvisación, de crecimiento constante a través de una serie de redes que se ramifican a su vez y generan el comienzo de la globalización. Desde la óptica cultural el autor cita al historiador cubano Fernando Ortiz que resume de manera excepcional la realidad de entonces, denominándola “transculturación” o proceso por el cual los hábitos y rasgos de una cultura se desplazan a otra hasta el punto de pasar a formar parte de ésta, y a su vez cambian la cultura en la que se han introducido.
    La obra incurre en algunos tópicos, siempre perdonables a mi juicio, y en ocasiones adolece de excesivos datos contables. Es indudable, por otra parte, que el autor ha aprovechado sus vastos conocimientos históricos y sociológicos, especialmente sobre la historia y la cultura china. Sin embargo no por ello desmerece, encontrando una vía ciertamente original para hacernos llegar aspectos muy variados de los albores del mundo globalizado. A fin de cuentas ha escogido una de las mejores ventanas desde la que asomarse a ese mundo (si no la mejor): JOHANNES VERMEER.  

    domingo, 8 de septiembre de 2019


         MI ABUELA Y CAMILO SESTO

               Domingo, 8 de septiembre de 2019. He llegado de la guardia del  Juzgado y el final del telediario me informa que ha fallecido Camilo Sesto. De golpe mi mente se ha desentendido de las asistencias a detenidos de toda la mañana. En un vuelco rotundo del subconsciente, empecé a tararear “jamás, jamás, he dejado de ser tuyo, lo digo con orgullo …”, “vivir así es morir de amor, por amor tengo el alma herida ….”, “el amor de mi vida has sido tú…” Y tantas otras.

                Camilo Sesto, como Nino Bravo, Raphael, Manolo Escobar y algunos más, va pegado a mi infancia y temprana adolescencia, a esos días dorados de septiembre que pasaba en el pueblo de mi abuela. Camilo Sesto también me lleva, como tanto, a mi abuela María.
              
               Mi abuela tenía una prima lejana, la tía Elvira. La tía Elvira era soltera y tenía coche. Las comunicaciones con el pueblo de mi familia materna no eran directas y había que ir en autobús hasta Puerto Lumbreras, en la carretera hacia Murcia. Mis hermanos y yo, solos y con menos de diez años, nos bajábamos del autobús y allí nos esperaba la tía Elvira con su seiscientos y la abuela. Al estar el mar cerca, mi abuela inventaba algún día hacer una excursión a alguna playa cercana, Terreros o Garrucha y allí que nos montábamos, con esa libertad que nos daba el ambiente que mi abuela desprendía, o quizás creaba para nosotros. El coche de la tía Elvira tenía un “casette” de esos de cintas gordas y muchas veces en el camino hacia el pueblo, o en las pequeñas excursiones (entonces grandes aventuras) sonaba Camilo Sesto, entre conversadera y conversadera porque ellas no paraban. Camilo Sesto quedaba como música de fondo.

    Después del luto riguroso de los años 60, mi abuela empezó a hacer pequeñas escapadas veraniegas a residencias y sencillos hoteles de la costa murciana y levantina. Las hacía con parientes y amigas de su pueblo, algunas viudas, muchas solteras, algún matrimonio. Camilo Sesto actuaba siempre en esa zona. Por allí nació a fin de cuentas. Yo siempre temía, con absoluto terror, que mi abuela se quedara, pero ella siempre volvía a su pueblo, para mi gran fortuna. Y un año apareció con una gran noticia: Camilo Sesto se había hospedado en su hotel y lo habían conocido en persona pues ni corta ni perezosa y con la viveza que la caracterizaba se presentó ante él y Camilo Sesto la saludó y se entretuvo con ella un rato. Recuerdo como si fuera ayer esas expresiones de alegría explicando cómo fue el encuentro con el ídolo del momento.

                Sinceramente si me gustaba era porque le gustaba a mi abuela. Era demasiado pequeña para calibrar la perfección de sus facciones o la potencia de su voz. Gustándole a ella tenía que ser algo bueno. Dada mi afición a todo lo relacionado con el lenguaje, me dedicaba a aprovechar de él las palabras de sus canciones. En una época en que el acceso a la lectura apropiada a mi edad no era tan fácil como ahora, me entretenía desmembrando el significado de sus letras: cómo llegar a entender que algo de ti se está muriendo cuando tienes ocho o nueve años o esa insistencia con que clamaba “perdóname”. En la ingenuidad de mi infancia intentaba averiguar qué habría hecho para solicitar tanto perdón. Creo que no se lo pregunté nunca a mi abuela. Ahora lo haría.

                Mientras escribo esto he puesto en youtube canciones de Camilo Sesto. Por eso de seguir tarareando con cierta precisión. Todas ellas van dedicadas a mi abuela María. Hoy, también, algo de mí se va muriendo, con la nostalgia que te traen los recuerdos, revividos momentos, resurgidos por la muerte de un cantante. Sin embargo quiero pensar que mientras exista la palabra, mi corazón esperará siempre, como Machado, hacia la luz y hacia la vida. Por eso hoy, allá donde estés, te llegará esta melodía.   

    https://youtu.be/_sTeDba7eHA

    martes, 25 de junio de 2019



      Y entre libro y libro llegó a mis manos, por
    esas cosas de la vida, un delicioso librito lleno
    de memorias y recuerdos de épocas en las que
    éramos "más jóvenes": "Inventario del Paraíso",
    de Víctor Colden. Aquí mi reseña del mes de
    junio de 2019.

    http://citaenlaglorieta.blogspot.com/2019/06/resena-de-inventario-del-paraiso-de.html


    Víctor Colden (Madrid, 1967), es Licenciado en Filología Románica. Desarrolla su carrera profesional en el ámbito de las bibliotecas, la edición y los derechos de autor. Ha realizado varias traducciones del inglés y del italiano, y es autor del relato inédito “Veinticino de hace vienticino” y de unas “crónicas personales del idioma español” recopiladas bajo peculiar seudónimo en su web “Cuaderno de lengua”. Actualmente trabaja en un libro de prosas que va publicando en la revista FronteraD con el título “Gazeta de la melancolía”. Está vinculado a la ciudad de Málaga a través de su familia materna. “Inventario del Paraíso”, publicada por la editorial jerezana “Libros Canto y Cuento” es su primera novela y puede decirse que el maravilloso título del libro y su austera portada concuerda con su contenido.
    Si en frío la palabra inventario tiene entre sus acepciones en el Diccionario de la RAE ser una “relación circunstanciada de bienes cuya titularidad está atribuida a cualquier sujeto público o privado …” Víctor Colden no relaciona bienes ni les atribuye una titularidad. Por el contrario, lo que hace Colden con su novela es relacionar un inventario de recuerdos: sentimientos, olores, historias, sabores, sonidos, canciones, lecturas, juegos … incluyendo en cada uno de los capítulos pequeñas historias relacionadas con su título y con la huella que queda en el alma por las vivencias que le dejan. Cada uno de los recuerdos detallados en los diversos apartados están relatados de tal forma que se pueden sentir y a veces los aroma de tal forma que se pueden oler. En ocasiones son recuerdos casi tangibles, parece que pueden asirse con la mano, otras etéreos y no asibles. Lo cierto es que todos son permeables en cuanto que leyendo sus páginas nos hace sentir en dos dimensiones: la presente como lector y la protagonista imbuida de recuerdos. La particularidad radica en que, como bien dice el título del libro, el inventario es de un paraíso: el de su Málaga de vacaciones, el de su Málaga de familia, el de su Málaga de infancia. Sin embargo y aun siendo sus vivencias, las deja libres y las sublima para que no sean exclusivamente suyas, permitiéndonos entrar a formar parte de su historia en cuanto que la hacemos nuestra.
    Somos varias las generaciones de españoles que pasamos la infancia y parte de la juventud en un país que resurgía de las consecuencias de un atraso generalizado y de una guerra civil y que atisbaba un presente y un futuro lleno de cambios. Vivimos una sociedad en estado de “transformación latente”. Mientras tanto la vida seguía siendo lenta, sobria, digamos que sosegada si se la compara con la actual y, en cierta forma, esperanzadora. Estaba compuesta por veranos largos y singularmente aburridos, donde el tiempo se regodeaba en sí mismo. Esas generaciones crecimos (quiero pensar que afortunadamente) sin redes sociales, sin internet, sin móvil (¿sin móvil? sí, sin móvil), con dos canales de televisión (¡incluso en blanco y negro!) y sobre todo, sin centros comerciales donde acaparar tanto como no necesitamos.
    A mi entender como lectora, es un libro para leer en pequeñas dosis, deleitándose con el recuerdo de paraísos o con recuerdos de un paraíso. ¡Hay tanto de nosotros reflejado en este inventario! Víctor Colden sintetiza en su obra un inventario de recuerdos y nos permite creernos que “lo que se va no se va del todo si se cuenta”. Todos tenemos un paraíso en el recuerdo. Unos están hechos de etapas de vida, otros de momentos vividos. Unos son fugaces como las estrellas; algunos parece que fueran infinitos y que los llevamos inyectados en la sangre; otros son genéticamente inherentes a nuestro ser (como bien dice del aceite: “la afición a ese líquido denso, verde y dorado, que tenía que venir de muy atrás, estar grabada en los genes.”) A título personal pienso a veces que sin ellos y sin los libros no habría podido vivir, pero de lo que sí estoy segura es de que forman parte de mí: la de veces que soñé cómo serían el brezo y los páramos ingleses y cómo me enfadaba el timo de los libros de manualidades … Mis preferidos, por razones que no procede exponer aquí: “Palabras”, “Historias”, “Sonidos”.
    Gracias a Víctor Colden podemos recrearnos en la sencillez de la memoria y abandonarnos en el recuerdo de un tiempo más lento. Y por suerte la memoria es selectiva. Como dijo el gran Gabriel García Márquez: "La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado". Me permito completar al maestro: no sólo sobrellevar el pasado, sino también vivir el presente y esperar el futuro, pues ¿qué sería de muchos de nosotros sin esos paraísos a los que agarrarnos?
       

    jueves, 25 de abril de 2019



        Mi primera reseña en abril de 2019 para Cita en la Glorieta, dirigida por Javier Alonso García-Pozuelo, quien me dio esta oportunidad. Siempre agradecida.               

    http://citaenlaglorieta.blogspot.com/2019/04/resena-de-lluvia-fina-de-luis-landero.html



    Luís Landero (Alburquerque 1948) nos trae una nueva obra con un título atrayente y melancólico, o atrayente por melancólico: “Lluvia fina”, publicada por Tusquets Editores (Colección Andanzas), como todas las suyas. Es una obra relativamente corta en la que su autor se sumerge, con un lenguaje aparentemente sencillo, en la problemática de las relaciones humanas y más concretamente, de las familiares.
    Quizás me acerqué a esta novela por el título, por la portada o por el lejano regusto que me dejó hace años la lectura de “El balcón en invierno” (aunque debo reconocer que “Juegos de la edad tardía” me obligó a desarrollar una buena dosis de paciencia).
                Se acerca el ochenta cumpleaños de la madre de Sonia, Andrea y Gabriel, y a éste se le ocurre reunir a toda la familia para la celebración de este redondo aniversario. Esto dará pié a que resurjan historias del pasado, recriminaciones, secretos nunca revelados, rencores latentes, descubrimientos de la verdadera personalidad de aquél con quien se convive hace tantos años … como si a todo esto le faltara la chispa que pudiera encenderlo, y esa chispa fuera la proyectada reunión. Y sobre el incendio desatado va cayendo la lluvia fina.
                Aurora es la esposa de Gabriel. Es una mujer aparentemente apocada, callada, conforme, a la que todos toman por su paño de lágrimas. La novela se construye alrededor de las conversaciones que todos los demás miembros de la familia tienen con ella, y así de conversación en conversación entre ellos y con Aurora, se nos va desvelando la historia de la familia: su origen con el matrimonio de los padres, la personalidad de un padre con alma de artista que llegó a hacerles creer a raíz de un cuadro encontrado en un desván, que tuvieron un antepasado aventurero y famoso; la madre, pragmática y férrea en su camino de salir adelante, no saliéndose ni un ápice de sus propósitos y de una dureza de carácter inamovible; Sonia, la mayor, a la que le quitan los estudios para ponerla a despachar en la mercería y casarla muy joven con Horacio, veinte años mayor y dueño de una tienda de juguetes que predica el amor pero que esconde algo turbio, y del que se separó; Andrea, secretamente enamorada de Horacio que desea dedicarse a la música y queda relegada a sustituir a su hermana en las ocupaciones familiares, llena siempre de reproches; Gabriel, el pequeño, el preferido de la madre, profesor de filosofía en un instituto y empeñado en ver las cosas como quiere verlas y no como son sobre la base de una particular “teoría de la felicidad”, basada en la simple idea de que como la vida se resuelve siempre en fracaso (el último la muerte) las tentaciones, los deseos, las promesas se desvanecen, no tienen consistencia, y por ello para qué esforzarse, para qué la energía de vivir, para qué el deseo, para qué luchar … es por ello que se incentiva con todo pero no termina nada.
                De esta forma y siempre desde la óptica de Aurora, se van desnudando los personajes integrantes de la familia. Aurora, sumisa, paciente, sentada en el aula en la que terminó la clase, absorta en sus pensamientos, rememora las llamadas cruzadas entre todos como consecuencia de la fiesta proyectada, los monólogos de los que ella misma es objeto, que no sujeto, la historia pasada de cada uno tal y como a lo largo de los años se la han ido contando, su propia relación con su marido desde que lo conoció para llegar a la conclusión de que no lo conoce en absoluto.
    “Lluvia fina” es un reflejo de la realidad pasada, presente y futura en la vida de una familia de tantas en la sociedad española, aunque de igual modo, y con los matices propios de cada cultura y sociedad, puede extrapolarse a cualquier familia. Perfectamente llevada en su estructura en cuanto que va usando diálogos para introducirnos en la vida, sucesos, pensamientos y divagaciones de cada personaje, fácil y rápida de leer. Lástima que deje un retrogusto a mediocridad. La vida misma a veces.