MAS ALLA DEL SINDROME DE STENDHAL
El “síndrome de
Sthendal” es definido sintéticamente como “una enfermedad psicosomática
provocada por una sobredosis de belleza”. Suele producirse ante una exposición
de riquezas artísticas y puede generar alteraciones tales como palpitaciones,
elevado ritmo cardíaco, confusión y otras similares.
Más
allá de profundizar en si se trata de una auténtica patología o de una
sugestión artística, lo cierto es que me ayuda a comprender ciertas situaciones que desde pequeña había
experimentado y para las que no tenía explicación. Quizás lo llame así porque no
he encontrado hasta la fecha otra expresión que pueda reflejar el sentimiento,
siempre positivo incluso en grado superlativo, entre el placer y la emoción. Es
por ello que abarca, en mi experiencia particular, mucho más que una reacción
ante la belleza contemplada, ensanchando la vivencia a sentimientos y
pensamientos atávicos que fluyeran por la sangre envolviendo mi cuerpo, mi
mente y mi alma en un estado dotado de cierta ingravidez, como si pudiera
contemplar las causas de dicho estado desde fuera pero a su vez éstas o los
efectos de las mismas se insertaran firmemente en todas mis células, elevando
mi espíritu.
Alguna vez lo he
experimentado también con la literatura y recientemente en mi visita a
Estambul. Sin duda viajar y sobre todo viajar con una mente abierta a lo que
vas a ir descubriendo, te hace más humilde y ser consciente de una serie de
prejuicios que nos acompañan queramos o no, aun cuando le pongamos empeño en no
tenerlos. Contemplar el Bósforo a bordo de un barco en su camino al Mar Negro,
mientras las dos orillas de distintos continentes te regalan la retina,
sintiendo el mismo viento que infinitas generaciones desde el origen de los
tiempos, ha de tener por fuerza algo de atávico.
Mi amor por la
literatura tiene muchas causas aunque pienso que me acompaña desde antes de
nacer. Y tengo el pleno convencimiento de que este caso particular de mi
particular “síndrome de Stendhal” tiene su origen en José de Espronceda. En las
escuelas de los años setenta y ochenta (no me atrevo a incluir años
posteriores) leímos, memorizamos y recitamos año tras año la “Canción del
Pirata”. No creo que nadie se la aprendiera entera, pero sin duda que los
primeros cuatro versos no se olvidan por mucho que pasen los años
Con diez cañones por banda
viento en popa a toda vela
no corta el mar, sino vuela
un velero bergantín
Cuando la vida era más simple y el mundo más extenso, cuando las horas no iban tan rápido ni había tantas cosas que hacer, leer, recitar, pensar en la “Canción del Pirata” facilitaba imaginar cada una de las vivencias que incluye el poema. Desde muy pequeña soñé con tener a un lado Asia, al otro Europa, y allá, en su frente Estambul, sino como capitán pirata sí al menos como Pilar Marín, cantando alegre en la popa. Quizás no tiene demasiado mérito, puesto que hoy se viaja mucho y Turquía ya no está tan lejos. Sí lo tiene cuando es la culminación de unas letras insertas en el alma que te han ayudado a darle sentido a la vida.
Tengo algunas frases,
dichos, refranes, expresiones favoritas. Las colecciono como si fueran sellos o
monedas. Algunas en inglés o francés, únicos idiomas que domino levemente y no
por ello constituye esta manía una extravagancia. La realidad es que suenan
mejor en su propio idioma. “Gratitude is
the sign of noble souls” es una de ellas. La nobleza de alma es sin duda
una virtud digna de ser alcanzada y no sé si trabajo lo suficiente para
conseguirlo. Sí sé que siento una enorme gratitud a la vida y a ciertas personas cuya nobleza me ha permitido escribir estas líneas. Y mucho
más que no acierto a expresar con palabras.