miércoles, 25 de noviembre de 2020

El caso Collini---VII Semana Negra en la Glorieta

   Que me encanta la literatura y que la llevo en las venas lo saben quienes me conocen (y creo que también los que no me conocen). Mi queridísimo Javier Alonso García-Pozuelo me invitó a participar en su Semana Negra en la Glorieta, encuentro digital (y en ocasiones cuando no hay pandemia ... en parte presencial) en el que confluyen artículos, reseñas, tertulias y otras manifestaciones derivadas de ese gran invento llamado "libro". 

  Y así este año, entre tantos genios y sesudos intelectuales de la novela negra, principiando por el jefe de todo esto, he tenido el lujo de contribuir con una novela más bien corta, pero intensa, de índole histórico-judicial, escrita por un colega alemán. La recomiendo.

   Desde aquí y coreando lo que suelen decir los colaboradores de esta Semana: "Larga vida a la Glorieta".  

   Si pincháis en el enlace podéis leer el precioso recuerdo a las jornadas presenciales del pasado año en Málaga y curiosear entre las participaciones de esta convocatoria. 

 https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2020/11/resena-de-el-caso-collini-de-ferdinand.html


EL CASO COLLINI

FERDINAND VON SCHIRACH (Múnich, Alemania, 1964), es escritor y jurista alemán. Hijo de un comerciante de Múnich, su abuelo fue Baldur von Schirach (1907-1974), jefe de las Juventudes Hitlerianas y Gauleiter de Viena que fue condenado a veinte años de prisión en los juicios de Nuremberg. Su bisabuela estadounidense es descendiente de dos de los signatarios de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y de los padres fundadores de los Estados Unidos, los peregrinos del Mayflower.

Cursó estudios de derecho en la ciudad de Bonn, y desde 1994 ejerce como abogado especializado en derecho penal en Berlín, donde se ha ocupado de algunos de los casos más notorios de los últimos años en Alemania y que más interés han suscitado en la opinión pública.

Es autor de varios libros de cuentos centrados en el crimen, basados en casos que han pasado por su despacho. En 2011 publicó su primera novela, El caso Collini (“Der Fall Collini”), fenómeno editorial que alcanzó el segundo puesto en la lista de los libros más vendidos.         

El caso Collini comienza en un céntrico hotel berlinés. Fabrizio Collini, hombre de edad madura, común y anodino, entra en el vestíbulo, y haciéndose pasar por periodista acude a la habitación de un importante y afamado empresario alemán, al que el visitante, sin mediar palabra, descerraja cuatro tiros en la cabeza, y después de ello le pisotea con saña, dejando un reguero de sangre en el escenario. A continuación baja al  recibidor del hotel, hace llamar a la Policía y se sienta a esperarla.  

                Caspar Leinen es un joven abogado que acaba de comenzar a ejercer. Después de pasar por diversas pasantías en la oficina del Fiscal y en juzgados varios, lleva escasas semanas con su despacho abierto. Una mañana de domingo del mes de mayo es llamado para hacerse cargo de un asesinato dentro del sistema de guardias del Turno de Oficio.

              El presunto asesino, Collini, es italiano de nacimiento, emigrado a Alemania en la que reside desde hace décadas, soltero, solitario, trabajador durante muchos años en una fábrica y ya jubilado. No tiene amigos ni familia, ni apenas conocidos. Se niega a dar cualquier tipo de explicación sobre lo ocurrido. A ello se une que el asesinado es el patriarca de una familia a la que Leinen conoció y en cierto modo perteneció años atrás, y al que estuvo muy unido personalmente, y la aparición en escena de la única nieta del fallecido, Johanna.

       La acusación particular está representada por Mattinger, abogado de renombre, curtido, con mucha experiencia y gran conocedor no sólo del Derecho y las leyes, también de la vida y sus avatares. En lugar de verlo como un contrario, el gran abogado, sea por pena, por creerse superior, por condescendencia o simplemente por divertimento, se acerca a Leinen, conversa con él, le invita a eventos e incluso le aconseja: “… le había dicho que tenía que pensar, que las respuestas siempre estaban en el sumario, que sólo había que leerlo bien.”

            Leinen está perdido. Durante la instrucción adquiere renombre en el mundo judicial y sigue visitando a su defendido, pero no tiene hilo del que tirar. Los hechos son meridianamente claros y el acusado permanece en un profundo mutismo. “Cómo defender a un hombre que no quiere defenderse, se decía Leinen”.

 Comienzan las sesiones del juicio y sigue sin tener ni idea de cómo afrontar el caso. Hasta que una rutinaria conversación con su padre, aficionado a la caza y a las armas, le permite vislumbrar un rayo de luz en las tinieblas. Aprovechando un aplazamiento en el desarrollo de las vistas se dirige a Luisburgo donde durante varios días, en una febril actividad intelectual, se sumerge en archivos llenos de documentos que se remontan a la Segunda Guerra Mundial y a los años posteriores.

         Y entonces empieza realmente la trama de la novela: el desarrollo del juicio se centra en ese periodo de la historia intercalando entre sesión y sesión hechos decisivos en la vida de su defendido que se remontan al año 1943, cuando Collini tenía nueve años, y se ubican en los alrededores de un pequeño pueblo genovés, durante la dominación nazi.

      Pero Von Schirach va más allá y nos ofrece una visión histórica, recuperando el ambiente del periodo de ocupación nazi y de las décadas de los  años cincuenta y sesenta del siglo XX: el dictado de leyes que absolvieron a nazis de segundo rango, la reforma del código penal a manos del fiscal y ex nazi Dreher que determinó la prescripción para determinados crímenes, el derecho internacional vigente durante la II Guerra Mundial que permitía el fusilamiento de rehenes, o como las generaciones posteriores, hijos, pero también nietos de los nazis, quedaron consternados y tuvieron que hacer frente a cómo sobrellevar y enfrentar su pasado. Indudablemente narra una historia en la que en cierta forma él mismo es partícipe desde un punto de vista vital, filosófico y moral.

    De esta manera el autor nos lleva a cuestiones mucho más densas y profundas: los derechos civiles, la amnistía, la herencia del pasado y la revisión histórica, el derecho de defensa, la idea de “Justicia” en su contraposición a la legislación vigente en cada momento, la garantía que para el ciudadano tienen los derechos fundamentales frente al exceso de poder del Estado, el desarrollo del derecho para dar respuesta a la evolución de la sociedad y a sus necesidades. Y Von Schirach lo hace sin prejuzgar abiertamente ni establecer dogmatismos sino dejando libre al lector a través de una novela fascinante y entretenida, concisa y precisa en su terminología y en su desarrollo.  

Tomándome una licencia en esta reseña, quisiera terminar, en un pequeño guiño a mi profesión, con una frase de la novela que me hizo sonreír, en la que la nieta del asesinado, Johanna, le dice a Leinen:¿Por qué lo has estropeado todo? Tu oficio es espantoso.” Es un punto de vista. Afortunadamente no es el mío.

 

 

               

 


domingo, 6 de septiembre de 2020

                                   

        

DESASOSIEGO


          Paseando por Twitter me enteré que recientemente en Lisboa se ha reabierto la Casa de Fernando Pessoa, tras una completa renovación. En su corta vida vivió en numerosos inmuebles pero es en ésta en la que permaneció quince años. Ahora alberga su museo.

            A los que amamos Portugal y sobre todo Lisboa leer este tipo de noticias nos trae un fado de música de fondo, la imagen del río Tajo en su inmensidad, el color de la tarde sobre la ciudad y el “Libro del desasosiego”.

Llevaba semanas intentando encontrar una palabra definitoria del estado de ánimo en el que me encuentro. Pessoa me la ha proporcionado. Por esas conexiones internas del cerebro, y quiero pensar que también del corazón, la reapertura de la Casa Museo de Pessoa me ha llevado directamente a su obra el “Libro del desasosiego”. Paradójicamente me ha producido sosiego el poder definir como desasosiego el singular estado en el que me hallo.

En estos últimos meses tan difusos, algo surrealistas e inseguros, llenos de incertidumbres, no cabía ni siquiera aplicar, recordando a Campoamor, ese principio relativista que tanto ayuda para asentarse y dejar pasar la vida diciéndose a una misma que nada es verdad ni es mentira sino que todo depende del cristal con que se mira. Ya ni siquiera me fío del cristal. Así que Pessoa, que siempre ayuda, lo ha vuelto a hacer.

Confieso que prefiero los poemas de Pessoa, que leo esporádicamente para luego dejarlos volar. También lo hago con Antonio Machado y algún otro. Coges uno, te recreas con él o en él y luego lo dejas volar, para que siga perteneciendo al país de las letras encantadas. Sin embargo es inútil sustraerse a un título tan preciso como “El libro del desasosiego”, máxime si todo a tu alrededor y más allá parece impregnado de un halo indefinible no muy halagüeño, incluso aquí, en el sur de España, donde el otoño se retrasa y la luz se niega a desaparecer.

Pessoa plasma en este libro sus divagaciones, reflexiones, ensueños, incertidumbres, en medio de su vida cotidiana e imagino que en ocasiones tediosa, dejando escritos pasajes íntimos. Pessoa lo ha conseguido de nuevo. Debo asumir que me siento en un estado de “febril desasosiego”.

No obstante, y en el afán de agarrarme a la vida, seguiremos intentándolo, también con Pessoa:

“Para ser grande, se entero: nada

tuyo exageres o excluyas.

Sé todo en cada cosa.  Pon cuanto eres

en lo mínimo que hagas

Por eso la luna brilla toda en cada lago,

porque alta vive.”

viernes, 10 de julio de 2020



DE CÓMO LO TELEMATICO NO PUEDE CON NOSOTROS ¿O SI?

        A la mayoría de los que nacimos antes de 1980 la vida nos ha obligado a reinventarnos, seguramente en muchos aspectos pero por supuesto, informáticamente hablando. Las nuevas tecnologías en nuestra infancia y adolescencia eran ciencia ficción. Es cierto que llevaban años desarrollándose, pero la quizás afortunada falta de lo que hoy llamamos globalización nos mantenía bien protegidos de todos esos avances que años más tarde nos han ido inundando como una riada continua sin solución de continuidad.
                
        A lo largo de las últimas semanas y como consecuencia del Covid 19, lo telemático y lo electrónico se ha convertido en el pan de cada día. Gestiones o trámites que una pensaba aprender, reaprender, perfeccionar, asimilar poco a poco, o incluso ¿por qué no? entender, se han presentado de facto como algo inmediato, lo quieras o no.
          
          El ámbito jurídico, por demás tan amplio hoy en día, lleno de recovecos y bifurcaciones infinitas, no ha sido una excepción. Es por ello que, entre muchos otros casos, aprovecho esta ocasión para poner de relieve la incongruencia y falta de coordinación que en ocasiones se da entre la necesidad/obligación telemática y la realidad.
         
          Buena parte de las personas que acuden a mi despacho no tienen conocimientos de informática. Y aventuro que, sean de la edad que sean, no los van a tener a lo largo del resto de su vida, como no sea manejar Netflix o sacarle más partido al último móvil que se hayan comprado. Si a eso le unimos la burocracia jurídico-administrativa y la terminología legal, el agujero se hace mucho más profundo.
    
            En esto que la cita para firmar en Notaría una modesta herencia se tiene que suspender por la declaración del Estado de Alarma. Una vez entreabierta la puerta del desconfinamiento y con las precauciones y autorizaciones preceptivas comparecen ante el Notario los dos hermanos herederos. La herencia consiste en una casa mata de escaso valor y la mitad de dos cuentas bancarias de exiguo saldo. Pero los papeles hay que tramitarlos, lo mismo que si hubieses heredado varios millones de euros, tres fincas de montones de hectáreas y un palacete en Toledo, por poner, y aun cuando desde hace algunos años, y sólo por ahora, buena parte de las herencias están exentas de pagar el Impuesto de Sucesiones o cualquier otro con que los políticos tengan a bien gravar al que se le ocurra heredar, y eso que la gente se sigue muriendo.

          Pero voy a centrarme en otro impuesto. Sí, hay más. Que tus padres te dejen unos bienes por los que ellos ya pagaron tanto para adquirirlos como para mantenerlos y aunque esos bienes sean de cuantía irrisoria, no es razón suficiente para que no pagues tasas, impuestos y lo que se tercie. Se trata del Impuesto sobre el Incremento de Valor de los Terrenos de Naturaleza Urbana, nombre largo y rimbombante para lo que comúnmente se vino llamando Plusvalía.
  
           Dado que los plazos fiscales no se habían paralizado con el Estado de Alarma (“con Hacienda hemos topado” que diría Don Quijote hoy en día), y a la vista de dudas de diversa índole no resueltas por nadie para los profesionales del Derecho, abrí la web del Patronato de Recaudación de Málaga, armada de una buena dosis de paciencia y comprensión y dispuesta como fuera a dejar presentada la declaración correspondiente.

          He de reconocer que, aunque no me guste el estilo y la estructura de la web, el organismo provincial tenía una pestaña destinada al Covid 19. Y es que no hay nada como la recaudación para los entes públicos. Naturalmente hace tiempo que tengo la firma electrónica. Sin ella no eres nadie. Telemáticamente hablando. Voy a prescindir de explicar cómo fueron los primeros intentos para abrir el link correspondiente, para centrarme en lo exitoso de mi misión: conseguí rellenar, presentar, adjuntar y finalmente obtener un “resguardo de presentación”. A pesar de la edad, no hay nada como la edad, me dije. Orgullosa y satisfecha, aun cuando le había dedicado un buen rato, guardé en el expediente, previa impresión, mi trofeo.

         Otro día puede que me entretenga en contar las vicisitudes habidas para la presentación del Impuesto de Sucesiones en lo que antes se llamaba Oficina Liquidadora Ahora también tiene otro nombre, mucho más ostentoso, aunque con el antiguo fuera más efectiva y útil al ciudadano que con sus impuestos contribuye a mantenerla. Pero es no importa. Tampoco importa que la herencia en cuestión esté exenta del impuesto. Lo importante es la fiscalización y el papeleo. Pues bien, con la bendición de la Junta de Andalucía me dispuse al último paso: la inscripción de la casa mata de sesenta metros cuadrados en el Registro de la Propiedad a nombre de los dos hermanos. Un apunte más: él vive de una pequeña pensión, ella limpia, “cuando le sale algo”.

           Hace años que no se inscribe nada sin que se justifique el pago o, en su caso, la presentación de los impuestos correspondientes. Allí que voy con el expediente, allí que relleno de nuevo una solicitud, allí que con una sonrisa le digo al chico de ventanilla: esta herencia para inscribir. Y allí que toda mi paciencia y confianza se desmorona como un castillo de naipes al escuchar que mi adorado “resguardo de presentación”, tramitado y obtenido telemáticamente, no es suficiente. No. No lo es. Y no lo es porque ese “papelico” que antes tenía un sello estampado, no tiene el “código de verificación”, lo que quiera que sea eso. ¡Vaya! Pero si la parte final del resguardo que el Patronato me expide telemáticamente indica que “el código de verificación que se expresa servirá de prueba …” pero no viene ningún código. Es decir, expiden un resguardo con referencia a un código que no recogen.

          No me arredro. Antes que hacer las colas interminables que el fin del Estado de Alarma ha ido creando para la asistencia presencial en organismos públicos, voy a seguir demostrándome que la riada informática no puede conmigo. Lo haré a ratos sueltos (la verdad no tengo muchos), me lo tomaré como entretenimiento virtual. Y así, en diferentes momentos y buceando en la web consigo encontrar una búsqueda de registros de expedientes. He de ser sincera: vienen muy bien relacionados y con su pestañita de “ver detalle”. Cuando la abres tienes un número de registro y otra serie de indicaciones diversas y ¡oh milagro! hay un “código de verificación”. Sí es cierto, no estoy soñando: “CV”. Mañana se van a enterar en el Registro.

          Y allá que me acerco y le planto el documento con su bonito “CV”. No, lo siento. Este no vale. ¿Cómo? Espera que pregunto quién lleva esta herencia. Vuelve. No, no es suficiente. Necesitamos el “Código de Verificación Seguro”. A ver, si esto me lo ha dado el Patronato. Electrónicamente. Me dio el resguardo de presentación con su código de verificación especificado a continuación y que no se especificaba; me dio el código de verificación en el registro de mi expediente y que no es el código de verificación que vale. Ahora resulta que lo que falta es el “código seguro de verificación”, o sea el CSV.

           No pude hacer otra cosa en el resto de la mañana: le dí a todas las teclas, me metí en todas las pestañas, rellené buscadores con número de registro, código de verificación no seguro, nombre y apellidos, fecha y hora de presentación… Inútil. Déjalo para otro rato.

         Llega la noche y sobre todo en verano, es preferible no dejar que la mente empiece a dar de comer a diferentes temas. Una vez que coge hilo sigue cosiendo y cosiendo, enlazando uno tras otro en una vorágine cerebral que, mezclada con el calor, aleja a Morfeo del lecho en el que tengas a bien intentar dormir. Este era uno de ellos. No lo merecía, lo sé, pero se adueñó de mí. No entiendo cómo por la mañana me acuerdo de las múltiples soluciones e ideas que me rondan la noche anterior. Y es que la solución más simple, aunque hoy en día más difícil, tenía que ser la que diera con el CSV: llamar por teléfono. ¿A cuál? Al primero que viniera en la dirección del Patronato. 

        Aclaro la voz y me predispongo a ser de los más educada y condescendiente con el empleado que me toque. Primer tono, segundo tono, no comunica, que bien, tercer tono … voz enlatada: “Si quiere hablar con embargos pulse uno, para cualquier otra gestión pulse dos”. Dos claro, siempre he sido muy responsable. Un tono, dos tonos, tres tonos … “disculpe, por razones … deje su contacto y nos pondremos en contacto con usted”. Sí ya. Pero es que el trámite telemático lo quiero terminar hoy. Cojo otro asunto pero no me centro. Los años enseñan: vuelvo a marcar y entonces le doy a “uno: embargos”. Obviamente en seguida me contestan.
  
         Ya es cuestión de suerte: que quieran o no ayudarte por teléfono. La tuve. No sólo porque me facilitó el CSV, por fin, sino porque además entendió el problema telemático irresoluble telemáticamente, aunque lo recibí por correo electrónico, que entiendo que forma parte de lo telemático ¿o no?

          Quien esté leyendo esto se dirá que fui incapaz de gestionar el asunto y que mi empeño en no naufragar en las tempestuosas aguas de la riada tecnológica es inútil. Pues no: lo más curioso de toda esta historia es que la funcionaria me reconoció que el CSV no se puede encontrar por vía telemática. Es imposible. El Código Seguro de Verificación se crea una vez que el organismo destinatario del expediente abierto telemáticamente lo recibe. Se crea pero no se graba en el expediente del ciudadano. Por tanto, cuando dicho ciudadano presenta no hay CSV, cuando el ciudadano ve el detalle de su expediente hay CV. Pero no CSV. La funcionaria me dice que no pueden hacer nada porque esto viene “de arriba”. Quiere decir que está dispuesto y organizado por el Ministerio correspondiente.  

          En la era de la reivindicación continua por cualquier motivo, aprovecho y reivindico. Mariano José de Larra, allá donde esté, debe de estar tronchándose de risa.

viernes, 19 de junio de 2020






BREVES NOTAS SOBRE LA NOVELITA “NUNCA PREGUNTES SU NOMBRE A UN PAJARO” DE ANDRES IBAÑEZ   (Galaxia Gutenberg S.L., 2020)

     Vaya por delante que la obra está contada en un marco muy norteamericano, aun cuando su autor sea español, y que desprende una pesadumbre mezclada con tribulaciones varias del protagonista, Horst, que desembocan en la idea directriz de la historia: un pacto con el diablo.
       
      Todo esto no evita ciertos pensamientos y opiniones más o menos filosóficas sobre:

-         La capacidad de la naturaleza de escapar al dominio del hombre: “Hay siempre un equilibrio tenaz entre un hombre y su naturaleza: el hombre intenta apropiársela con nombres, con miradas, pero la naturaleza al final siempre vence, escapa del lazo”.

-         La inutilidad de obsesionarse con pequeñas venganzas o desquites por relativos desprecios sufridos en el pasado: “Horst hacía mucho tiempo que había perdido todo deseo de vengarse de ella a través del arte o de cualquier otra forma”, a propósito de una deliciosa descripción de su “no judaísmo” a pesar del apellido.

-         Al mismo tiempo se aprecia lo perenne en nuestra vida de la evocación de momentos pasados: “… cómo se evocan momentos pasados con tal intensidad y nostalgia, cuando en realidad en el momento en que sucedieron ni los tuvimos en cuenta: no éramos conscientes de su importancia intrínseca”.

-         El por qué se ha escrito, se escribe y se escribirá: “Por eso cantamos canciones, por eso escribimos poesía: son lazos que lanzamos con la intención de atrapar al momento que se deshace, a la sensación que nos abandona. No somos reyes: somos esclavos que saben que su imaginación, su memoria y sus palabras son su única riqueza. Todos los escritores somos exiliados” (…) “El trabajo de un escritor no es mentir ni difundir ideas bellas y constructivas sino reflejar la vida tal como es”. Bastante aplicable hoy en día con la insistencia de imponer lo “políticamente correcto” aun cuando no sepamos quién es el que decide esta condición.





jueves, 18 de junio de 2020



EL INFINITO EN UN JUNCO
             

     MARIA ZAMBRANO: “La historia europea es una camino siempre abierto a los renacimientos y las ilustraciones.”               

IRENE VALLEJO (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el Doctorado Europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. Colabora con el diario Heraldo de Aragón y con el País Semanal y lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico a través de conferencias y cursos. Ha publicado ensayos y libros infantiles. Sus artículos periodísticos están recogidos en “Alguien habló de nosotros” (2017) y “El futuro recordado” (2020). EL INFINITO EN UN JUNCO ha sido publicado por Ediciones Siruela en 2019.

De nuevo el título ha ejercido un gran poder de atracción. Comentarios y recomendaciones de foros me hicieron saber que era un libro sobre los libros y la literatura. Imagino que de ahí el título: el junco del que se fabrica el papiro nos brinda la infinitud de la literatura.

La obra se estructura en dos partes: “Grecia imagina el futuro” y “Los caminos de Roma”, con un nexo literario que hace que formen parte del mágico todo.
      
     

         En la primera partiendo de la Biblioteca de Alejandría y la figura de Alejandro Magno junto con los faraones egipcios, se sumerge en el origen de la escritura y sus diversas formas de plasmarse. Pero la literatura en origen era oral, a través de los bardos, rapsodas y otros declamadores similares, y no fue sino a través de un largo camino repleto de símbolos como se fue formando el alfabeto para ir siendo reflejado en distintos soportes.

La importancia por su influencia a lo largo de siglos de la Ilíada y la Odisea; la reticencia por parte de ciertos filósofos griegos a que el pensamiento se hiciera palabra escrita; la aparición de los primeros libros, librerías y libreros en la Grecia antigua; los restos de pequeñas bibiliotecas sufragadas por donaciones privadas; Heródoto y sus “Historias” con el que nace la figura del “escritor viajero”; Platón y su bifurcación hacia un pensamiento ilustrado y unos impulsos autoritarios; la prevalencia de la tragedia frente al poder salvador de la risa y la comedia; la figura de Hipatia; la aparición del género de la conferencia mediante el poder de la palabra; las diversas teorías sobre la destrucción de la Biblioteca y el Museo de Alejandría que enlaza con ese afán destructor de libros que periódicamente han practicado los distintos pueblos y civilizaciones dejándose llevar por la barbarie, de tal modo que “Cuando un libro es destruido (…), hay algo de nosotros mismos que se mutila irremediablemente (…) Destruir un libro es, literalmente, asesinar el alma del hombre”.

En la parte dedicada a los “Caminos de Roma” vuelve a tratarse el tema de la escritura, los libros, las bibliotecas, los escritores, en un Imperio y en una cultura formada a lo largo de varios siglos, superpuestos algunos de ellos a la griega, hasta que los romanos la hicieron suya a su particular “imagen y semejanza”. Los romanos crearon su sociedad a base de batallas e invasiones sin que previamente tuvieran una cultura asentada y firme. Más bien al contrario, aislada y fragmentaria. Sin embargo, reconocieron con humildad la superioridad de los griegos y decidieron imitarlos, aprender su lengua, tomar sus costumbres, renombrar sus dioses y lo mismo sucedió en el mundo literario en un principio: “Los romanos se lanzaron a hablar la lengua de los griegos, a copiar sus estatuas, a reproducir la arquitectura de sus templos, a escribir poemas de tipo homérico y a imitar sus refinamientos con celo de advenedizos”.

Como en Grecia, también en Roma la cultura estaba reservada a las clases altas. No obstante se aprecian diferencias importantes que Irene Vallejo no deja de precisar, como es el hecho curioso de que los más cultos llegaban a ser en ocasiones los esclavos y libertos que venían de otros pueblos conquistados por romanos siendo utilizados muchos de ellos como amanuenses, lectores, bibliotecarios, etc. De esta forma los escritores eran pobres y los lectores eran ricos.

A lo largo de varios capítulos la autora nos lleva a descubrir las particularidades de la literatura en esos siglos de dominación romana. Así, la importancia de los contactos para la circulación de obras; el aumento progresivo, aunque por supuesto muy limitado, de las mujeres en el mundo literario y filosófico, originado en parte por las costumbres sociales romanas, y los escasísimos restos encontrados de obras escritas por mujeres; el origen de la palabra “literatura” que viene del latín “litterator”, es decir, el que enseña las letras. Irene Vallejo nos introduce en un mundo particular lleno de entresijos donde aparecen el “librarius”, que era al mismo tiempo copista y librero; la implicación personal que muchos autores romanos tuvieron en la edición, difusión e incluso conservación de sus obras; el nacimiento y evolución del arte de encuadernar; la creación de bibliotecas públicas divididas siempre en dos secciones: griego y latín, manifestación de la aspiración romana a equipararse al mundo griego, y los restos que han quedado de las mismas, especialmente en Pompeya y Herculano; la censura y el peligro de la autocensura; la función identificadora de los títulos de los libros a lo largo de estos siglos; el sutil entramado creado para la supervivencia de las obras; todo ello imitando, copiando, emulando siempre y sin ningún pudor a la cultura griega, creando una amalgama que ha llegado hasta nuestros días y constituye uno de los sustratos de nuestra civilización occidental. La amenidad de esta obra deriva de que la salpica continuamente de multitud de anécdotas de tantos que contribuyeron a la magia de la literatura. Pasan por estas páginas Ovidio, Marcial, Cicerón, Catulo y muchos otros, pero también enlaza a menudo ciertos temas con su evolución en siglos posteriores.

“El Infinito en un junco” nos lleva a plantearnos cuestiones filosóficas tan actuales como es “lo políticamente correcto” que, personalmente, considero como un “buenismo impuesto”: esa tendencia cada vez más extendida a retocar, transformar o cambiar las obras literarias para eliminar conceptos, ideas, costumbres, actitudes que pudieran ofender al que las lee. Es decir, la censura. De esta forma se leerá sólo lo que sea adecuado, edificante, respetuoso … olvidando, como dice la autora, que “no por eliminar de los libros todo lo que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes (y no tan jóvenes añado) de las malas ideas”. Lo que nos lleva además a la eterna pregunta: ¿quién vigila al vigilante? La destrucción de los libros, lo mismo que su modificación “a gusto del consumidor” permite modificar a placer el relato de la historia. Aunque esto es otra historia.

Entre los temas que surgen de su lectura nos encontramos con el poder salvador de los libros: “(…) se puede seguir el rastro salvador de los libros en casi cualquier lugar del mundo, incluso en los más siniestros” (…) “Los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes históricas y en la pequeñas tragedias de nuestra vida”. La literatura ha constituido la tabla de salvación de muchas personas que, unidas por ese amor a las letras, han podido a su vez construir la tabla de salvación de pueblos enteros. Individualmente muchos de nosotros podemos decir que la literatura nos ha salvado, nos salva y seguro, nos salvará. ¿De qué? Quizás lo primero y más importante es que nos salva de nosotros mismos. Y después nos salva del hastío, de la soledad del alma, de la obligación, de la rutina, de la ignorancia, de la imposición … y hoy en día, sin duda, del consumismo y banalidad desenfrenadas: “En un mundo caótico, adquirir libros es un acto de equilibrio al filo del abismo” “Demetrio debió de comprender que poseer libros es un ejercicio de equilibro sobre la cuerda floja(…) Una arquitectura armoniosa frente al caos, Una escultura de arena. La guarida donde protegemos todo aquello que tememos olvidar. La memoria del mundo. Un dique contra el tsunami del tiempo.”
    
            No comparto sin embargo, el paralelismo que la autora hace en ocasiones de la literatura y su evolución con el cine y aun menos con toda esta cultura digital que nos inunda. Sin duda el cine supuso una revolución y no voy a poner en duda sus virtudes pero sólo en contadas ocasiones refleja fielmente lo que un libro contiene. La mayoría de películas y series basadas en libros provocan una auténtica frustración al sólido lector: constatar cómo se destroza una obra, con honrosas excepciones. Mucho menos la evolución de la vida digital que nos absorbe. La sociedad evoluciona y así ha de ser. Se puede reconocer que la sociedad digital sea mejor y dirigida a personas más inteligentes que una simple lectora, pero jamás podrá sustituir a las palabras. No hay ni habrá invento digital alguno que pueda desbancar al simple hecho de tener un libro entre las manos y sumergirte de lleno en él. Me quedo con la literatura. Hago mías las palabras de la escritora: “He crecido, pero sigo manteniendo una relación muy narcisista con los libros. Cuando un relato me invade, cuando su lluvia de palabras cala en mí, cuando comprendo de forma casi dolorosa lo que cuenta, cuando tengo la seguridad –íntima, solitaria- de que su autor ha cambiado mi vida, vuelvo a creer que yo, especialmente yo, soy la lectora a quien ese libro andaba buscando.”
             
      La obra desprende además algo tan intangible como es lo que se puede llamar la “unión de los lectores”. A través de la literatura personas distintas en muchos aspectos se aúnan y sienten un vínculo entre ellas. Esto ha sido así desde siempre y lo sigue siendo. En Roma trazaron un mapa de afectos y amistades. Para muchos de nosotros lectores, “recomendar y entregar a otro una lectura elegida es un poderoso gesto de acercamiento, de comunicación, de intimidad” porque “los libros nos siguen uniendo y anudando de una forma misteriosa”.
     
       En suma, “El infinito en un junco” constituye, más que una reivindicación, pues la lectura ha de ser un acto libre, un homenaje a la literatura y a los libros, y como consecuencia, a los lectores. Es por eso que es tan gratificante: participas en un mundo mágico inmarsescible, pero ese mundo, en ocasiones lejano en el tiempo, es el tuyo. Estas palabras del Prólogo son representativas: “Aquí y ahora, los libros son tan comunes, tan desprovistos del aura de novedad tecnológica, que abundan los profetas de su desaparición. Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio. Los más agoreros pretenden que estamos al borde de un fin de época, de un verdadero apocalipsis de librerías echando el cierre y bibliotecas deshabitadas …” (…) “¿Estamos seguros? El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo,  la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.”

Ver publicación de la reseña en https://citaenlaglorieta.blogspot.com/2020/06/resena-de-el-infinito-en-un-junco-de.html?fbclid=IwAR3J4XUXaWi03XmUYrjFl82NWL7NQaRL7q5vLnRBpDqk_kCT7v2yyIt1n3s




domingo, 12 de abril de 2020


          
 COLABORAR  CON LOS HEROES: QUEDARSE EN CASA

He recibido carta de Angela. En estos tiempos las cartas no llegan de Inglaterra en un sobre con los bordes azul y rojo y un sello con la imagen todavía joven de Isabel II. Ahora se mandan con un click y llegan con otro click avisándote que hay un elemento nuevo en la bandeja de entrada.  Sin embargo, el género epistolar, aunque sea por correo electrónico, sigue conservando esa esencia tan intimista que le es propia. Al leer esta carta me he sentido partícipe de una auténtica historia fechada en alguna guerra europea.

London in lockdown

Querida Pilar,

Encontré tu correo y lo leí con una profunda sensación de “dejá vu”.

Hoy es Sábado Santo, un cálido día de primavera en Inglaterra, con los cerezos en flor y las calles vacías. Es de lo más extraño mirar desde nuestro apartamento y no ver nada. Incluso el precioso Támesis está desierto de barcos, sean de trabajadores, de pasajeros transportándolos a diferentes lugares o de recreo. Nunca en todos mis años he sentido tal silencio. Pero aun habiendo calma, y supongo que resignación, hay también una tristeza por todos aquellos que han perdido seres queridos o por aquéllos que están luchando por salvar vidas.

         Nosotros también hemos adoptado vuestro maravilloso ritual de aplaudir a nuestros héroes. Cada jueves por la tarde los puentes en Londres están llenos de policías y camiones de bomberos centelleando sus luces azules, la famosa noria de Londres se vuelve azul y el Parlamento se ilumina en azul. Todo el mundo está en sus edificios aplaudiendo y atizando cacerolas. Tú sabes que el nuestro es un país generalmente muy reservado, no es conocido precisamente por demostrar emoción, pero ahora todos estamos unidos en nuestra admiración por esos “ángeles” que están intentando salvar a tantos.

          Sé que tienes médicos en tu familia y entre tus amigos, que están ayudando con cariño a muchos, rezo por todos ellos y doy gracias a Dios por darnos corazón y cabeza para ser capaces de mostrar amabilidad entre nosotros. También sé que has estado en los Juzgados representando a todas aquellas personas de baja economía que son también vulnerables, como tú en esta posición. Todo lo que podemos hacer es tomar mucha precaución e intentar estar seguros.

      Son muchos los estudiantes con sus vidas interrumpidas pero la gente joven es resiliente, y estoy segura de que tu hija encontrara un camino para conservarse fuerte en sus estudios. Las prácticas estarán allí para hacerlas cuando la vida retorne un poco a la normalidad.

           Thomas y yo lo estamos llevando bien, comparados con muchos otros. Aquí tenemos balcones y la vista del río que nos proporciona confortabilidad y paz, pero es extraño no haber tenido contacto humano durante las últimas tres semanas. Mi preocupación, tú sabes, es siempre su edad y el tabaco, siendo ésta una enfermedad respiratoria. Soy consciente de que todos tenemos una vida que termina pero ruego para que no se acabe en medio de camino tan doloroso y solitario sin ningún ser querido al lado para sostener tu mano.

        La buena noticia claramente es esta situación ha llevado a mucha gente a estar más unida ¡aunque sea por facetime or zoom! Incluso nosotros hemos abrazado la tecnología hablando con mi hermana, mis sobrinos y algunos amigos. Esto ha sido muy positivo. Canadá ha tenido cuatro semanas de confinamiento y mi pobre hermana siendo hiperactiva toda su vida de funcionaria ¡ha encontrado su vida muy aburrida!

       Las consecuencias económicas de todo esto, como dices, serán horribles justo cuando el mundo había empezado a sonreír otra vez. No estoy segura de cómo cada cual volverá a su camino, pero Thomas me cuenta que después de la Segunda Guerra Mundial afloró el espíritu de supervivencia y la gente fue muy fuerte. A los jóvenes, me  temo, les quedará mucha deuda que pagar en los años venideros.

Lo más probable es que tengamos tres semanas más de confinamiento, hemos de esperar a ver qué dicen la próxima semana. Ayer fue nuestro peor día: alrededor de 900 fallecidos en veinticuatro horas. Las cifras son imposibles de creer. Nuestro Primer Ministro está recuperándose afortunadamente, pero esto ha impactado en la sociedad y por un momento ha parecido que los políticos tuvieran un aspecto más humano a cuando se pelean los partidos entre ellos o tratan de marcar puntos a su favor.  

    Hemos hablado con nuestros amigos en España y es reconfortante saber que estando tan lejos todos estén bien, incluso nuestros vecinos más mayores, de vuelta en Suiza, disfrutan de buena salud, y eso es maravilloso.

     En un rato voy a empezar esta mañana mi paseo matutino dentro del apartamento y del vestíbulo. He hecho un sendero en la alfombra a través del cual sigo la misma ruta cada día. Thomas está haciendo estiramientos en el dormitorio y el baño … mucho más coherente.

            Y además hice algunos pasteles de Pascua. En nuestro edificio los dejamos delante de la puerta y la asistenta los recoge, pues se ha hecho cargo de traernos comida y otras cosas y llevarse los pasteles. Mi madre estaría muy orgullosa de mí si me viera limpiar y a Thomas hecho un experto con la aspiradora. La vida cambia ¿no es cierto?

      Pensamos en ti a menudo y nos alegramos de que tengas a tus hijos contigo. Cuídate en el trabajo. Realmente pienso que sería importante algo de normalidad en cuanto fuera posible. Estaremos pendientes de si podrás volver a la vida anterior la próxima semana más o menos. Después de una temporada tan terrible la gente estará contenta tan sólo con hacer cosas mundanas tales como verse unas a otras en la calle ¿verdad?
           
Bueno voy a empezar mi rutina diaria y saludar a otros en sus balcones y tratar de ser feliz porque hoy es un hermoso día y estoy feliz de que queridos amigos como tú se encuentren bien.
            Feliz Pascua.
            Angela




sábado, 11 de abril de 2020


    
POR ELLOS, POR TI, POR MI    
     
         Todas las mañanas coge el tren muy temprano. Se baja en la estación que le deja cerca del hospital de campaña montado a las afueras de la ciudad para albergar los excedentes de enfermos menos graves afectados por la epidemia que se ha extendido por todo el país. Se siente afortunada: por sus circunstancias personales la han incluido en turnos diurnos, librándose así de esas noches interminables en las que los temores, más o menos fundados dada la situación, se apropian de nuestras mentes, volcándolas en un torbellino onírico incompatible por entero con cualquier descanso.
           
        El primer día que llegó pensaba que no iba a ser capaz. Habían pasado muchos años, a lo largo de los cuales intentó por todos los medios apartar de su vida todo lo que se relacionara con palabras tales como sanidad, medicina, enfermos, tratamientos y cualquiera otra similar. Su único nexo de unión a ese mundo fueron las revisiones pediátricas de su hijo y las periódicas propias que no podía soslayar.
          
           Primero fue un aviso en el estómago, una punzada que provocó un desasosiego de origen desconocido. Después fue su conciencia, minando la firmeza de esa promesa que se hizo a sí misma de no volver a ejercer la medicina. Por último fue el corazón, al que le bastaron menos de dos días para convencerla de que su contribución era necesaria.
        
          Todas las mañanas coge el tren muy temprano. Y cada día vuelve a recordar la vieja historia que le contaba su abuela: mi madre murió cuando yo tenía seis años y ella veintiséis. Embarazada de su tercer hijo, fue a cuidar a una tía enferma. Se contagió de lo que se llamó gripe española. Era 1918. Su abuela siempre le contaba muchas historias. En el traqueteo del tren percibe una calidez interior, mezcla de nostalgia, consuelo y fortaleza, y vuelve a plantearse si todo pasa para algo: ayudando a salvar vidas en estos momentos conseguirá superar la imagen permanente de aquel muchacho que se le murió en los brazos y siente que de algún modo ha resarcido la orfandad en la que se crió su abuela y que ella llevaba impregnada en sus huesos a la manera de las estirpes macondianas.  

           

sábado, 28 de marzo de 2020




MIGUEL DELIBES EN MI VIDA


Para muchos de nosotros a los que la Literatura nos ha salvado, de tanto, Miguel Delibes representa un eslabón esencial de nuestro ADN literario. En este año 2020 en que se cumplen cien años de su nacimiento, mi particular y privado homenaje en unas cuantas palabras, sustentado en el agradecimiento por haberme premiado con novelas sin las cuáles mi vida hubiese estado desprovista de parte de la plenitud que pueda tener.

En mis primeros años, cuando aprovechaba cualquier escrito para ir descifrando las letras, uniéndolas, las palabras que formaban frases, y las frases párrafos, sólo por el simple placer de desentrañarlas, mi mirada se posaba sin pausa, en cualquier momento perdido de esos tan frecuentes en la infancia de los setenta, en los libros que siempre hubo en las casas de mis padres (digo casas no porque tuvieran muchas sino porque la que tenían era ambulante). Estos libros viajaban con la familia de pueblo en pueblo, como una parte más de ella y se colocaban con los demás muebles en el camión de mudanzas y luego en el salón o cuarto de estar de turno. En realidad quiero pensar que no cómo lo demás, pues siempre hubo en mi familia un especial rincón para los libros y una parcela de dedicación a la literatura. Recuerdo como llamaban mi atención títulos tales como “Mi idolatrado hijo Sisí”, “La sombra del ciprés es alargada”, “La mortaja”, “Aún es de día”, “Las ratas … y mi imaginación recreaba las posibles historias increíbles que albergarían sus páginas: esa cantidad de palabras en las que zambullirse, aun sabedora de que esos libros “no eran para mí” todavía. Luego lo fueron. Para mi fortuna.
           
       Con el pasar de los años y sin que hubiera un momento determinante para ello, fui implícitamente autorizada a leer los libros que quisiera. Cómo no recordar la avidez con la que devoré “La sombra del ciprés es alargada”, novela que no podré olvidar, dado que sin duda ha sido una de las que marcó el comienzo de mi afición consciente y en cierto modo adulta, por la lectura. No recuerdo exactamente la edad que tenía ni tampoco la trama pero sí que cogí el libro, en cuyo lomo mi mirada se había posado tantas veces, como en una suerte de evanescencia reivindicativa que me hiciera decir: “ya estás en mis manos”. No podía parar de leerla y me envolvió de tal forma que influyó de manera clara en terminar de cimentar mi amor sin límites a la literatura. Eso me lleva a poner en lista que he de hacerme con un ejemplar y volver a leerla en breve, aunque ello requiera de una especial preparación en aras de evitar una excesiva melancolía por la pérdida de inocencia que la vida te impone. Habrá que sustituirlo por el bagaje de aprendizaje que estas décadas me han ofrecido. Es cuestión de cambiar la perspectiva y no dejarse llevar en demasía por la nostalgia.
           
         El caso de “Mi idolatrado hijo Sisí”, también leída en mi primera juventud, fue distinto. Lo que me llevó a sacarla de la estantería en la que se encontraba, junto a tantos otros de las antiguas ediciones de Ancora & Delfín, fue su título, pues ya desde pequeña tuve una rara atracción hacia ciertos libros sólo por el título. Había leído y releído ese infinitas veces: la palabra “idolatrado” ejercía una función de imán sobre mí, quizás al ser un vocablo excesivamente culto para mi edad y, sobre todo, el nombre de “Sisí”, que recordaba a la emperatriz de las películas encarnada en Romy Scheneider, tan bella. A pesar de la extrañeza que suponía para mi juventud el título del libro, me quedé fascinada con la historia que encerraban sus páginas. Soy consciente de que volveré a leerla. También.
            
 
       En los primeros años de la democracia entré en la adolescencia, crecía mi interés por la lectura, como también crecieron los medios de información y empezó a cambiar de manera veloz la sociedad en la que hasta entonces había vivido: la diversidad de periódicos; la televisión, que se convirtió en un aparato cotidiano en la rutina diaria, aun cuando en casa de mis padres siempre estuvo relegada a un segundo plano; las novedades políticas y los diversos discursos que escuchabas alrededor ante el hito histórico que para los mayores suponía el poder votar. Me vi involucrada, lo quisiera o no, en el ambiente político que flotaba por doquier. Y es por eso que “El disputado voto del señor Cayo”, aun leída sin plena conciencia de su significado, dejó en mí una huella indeleble, actuando como una medicina que desplegara sus efectos lentamente hasta el resultado final: con los años he conseguido hacer las paces con la política y las discusiones sobre la misma, creando un halo protector a mi alrededor que impide que llegue a alterarme. En el fondo de mi alma sé que se lo debo en buena parte a la filosofía sencilla y básica, pero no por ello menos sabia, del señor Cayo.
          
       Lo de “Cinco horas con Mario” fue un reto y, aunque pueda sonar vanidoso, un acto de valentía. Tenía 18 años y recién llegada a la universidad necesitaba un libro al que agarrarme. No parece que fuera el más a propósito para el caso pero lo cierto es que no sé cómo cayó en mis manos. Me daba seguridad. No me había atrevido hasta entonces a empezar esta novela. Tenía la impresión de que era imposible escribir todo un libro basado en un monólogo de la protagonista con su difunto marido. Temía que me defraudara y tener que obligarme a terminarlo. Nunca olvidaré como página tras página me iba absorbiendo completamente la narración unipersonal por parte de una mujer mucho más mayor que yo entonces, y todas las enseñanzas que se desplazaron simbólicamente desde sus hojas hasta mi propio espíritu, enseñanzas que no dudo en absoluto que ayudaron y contribuyeron a mi crecimiento como persona, y especialmente como mujer, reafirmándome en sólidos pilares anclados en lo más profundo y llevándome a la autoafirmación de no querer parecerme al tipo de féminas que encarna su protagonista.
          
       Mención aparte merece “Los Santos Inocentes”. Si bien el recuerdo del libro queda en buena parte absorbido por la gran película del mismo nombre y la excepcional interpretación de actores y actrices como Paco Rabal, Agustín González, Alfredo Landa, Terele Pávez, Maribel Martín y otros, no es menos cierto que ambos, novela y película, acentuaron y afirmaron mi conciencia social. Siempre la tuve, pero en una edad en la que se abren muchos caminos y la persona empieza a formarse, la plasmación de la injusticia social en letras y pantalla, fue determinante para afianzar fuertes principios sociales que han sustentando mi desarrollo personal y vital y que sigo manteniendo teórica y fácticamente en la medida de mis posibilidades, aunque siempre se puede más.